La IA es una categoría psicótica: despacho de un humano en el ciberoscurantismo
En esta entrega aniversario de Inteligencia Natural hablaremos de ciberoscurantismo, feudos digitales, categorías psicóticas y huidas extremistas de la tecnología.
La IA es una categoría psicótica (o Inteligencia Natural cumple 1 añito)
Inteligencia Natural empezó como un refugio y como un juego: un espacio personal para elaborar todas las inquietudes que tenía fuera de los formatos y las dinámicas extenuantes de las redes sociales. La caída de Twitter, la saturación publicitaria de Facebook e Instagram, la transformación de TikTok en un televisor esquizoide encendido 24/7 y la aparición de Threads como una estaca más en la empalizada del gran feudo digital contemporáneo, me hicieron entender que debía planificar una huida hacia un espacio seguro, un poco más lento incluso, a riesgo de terminar quemado en la hoguera digital de los influencers-de-pensamiento-crítico. El resultado fue este boletín: “un espacio libre de linchamientos digitales y del humo de lo políticamente correcto”, según rezaba su eslogan inicial. Una promesa todavía en construcción.
Un año después sigue siendo un juego, pero uno que terminé tomándome en serio. La razón es tanto personal –fue de las cosas más gratificantes que hice en el Annus horribilis de 2023– como coyuntural: la economía de los creadores (en la que probablemente estén ustedes también) está experimentando un cambio gradual de la atención a la lealtad. En pocas palabras: la fragmentación excesiva de nuestra capacidad cognitiva de procesar el mundo (con la carga de frustración y ansiedad que eso conlleva) nos está empujando hacia esferas con contenidos mucho más curados y confiables, donde el compromiso a largo plazo y la estabilidad en la producción y el consumo de información sean las reglas comunes.
En una de las entregas especiales del año pasado, Rafael Osío Cabrices y yo hablábamos del saqueo de la atención, un concepto clave para entender este cambio de patrones. Se estima que para 2025, el 50% de los usuarios abandonen sus perfiles de redes sociales o lleven sus interacciones al mínimo. La razón, creo, ya es evidente: las redes sociales se están convirtiendo en un marketplace monstruoso. Atrás quedaron las promesas de conexión humana e infociudadanía que surgieron en la fase inicial de las redes. Ahora todos somos vitrinas de producto. Ahora producimos “contenido de valor” con fines comerciales. Ahora hasta las selfis tienen orientación de retrato comercial.
Dice Bifo Berardi que las relaciones sociales y geopolíticas actuales solo pueden explicarse a partir de categorías psicóticas. El filósofo compara nuestra psicosis de masas con la que había en la década de 1920, marcada por la desconfianza social, los estragos causados por la guerra y la distorsión de toda idea de futuro. La negación de la realidad era (y es) una de las maneras de huir de un mundo que se desmorona. Solo que ahora nosotros lo hacemos por otras vías: las pantallas y los fármacos. Algo que confirma lo que Laurence de Sutter llama “capitalismo de la narcotización”: ese régimen entre el Bromazepan, la gratificación inmediata y el dinero que define muchas de nuestras relaciones contemporáneas.
La existencia y expansión de la inteligencia artificial es una posibilidad materializada de ese trastorno mental colectivo. No es una evolución estrictamente tecnológica, como parece en la superficie, sino una revelación inesperada de orden psicológico y cultural. Mateo Pasquinelli ha sido suficientemente atrevido al señalar que este sistema llamado erróneamente Inteligencia Artificial (pues es un simulacro antropomórfico que carece de las condiciones para llamarse inteligencia) es una fotografía de nuestra cultura y constitución política actual, a la par que un reflejo de nuestra mediocridad.
Pero bueno, ya. Tenemos todo el año para cocinar esta carne pesada en el asador.
Por eso este newsletter y por eso el 2024 que se avecina: ideas estimulantes, colaboraciones significativas, honestidad intelectual hasta donde sea posible, todo enfocado en entender el presente e imaginar el futuro. Y con esto, acaso, restaurar alguna agencia política en el espacio de influencia que nos queda: nuestras vidas cotidianas, nuestros proyectos culturales, científicos, académicos, profesionales con los que establecemos alguna relación con el mundo. Una forma de empezar a combatir o a escapar de la psicosis masiva en la que vivimos.
Si acabas de llegar a este boletín o de pronto te dan ganas de releer lo que he publicado a lo largo de un año, te invito a recordar conmigo los mejores momentos de Inteligencia Natural hasta ahora:
A modo de chisme interno, anuncio que habrá un cambio este año en Inteligencia Natural:
Cory Mandefoy, nuestra columnista robot, se va al backstage a trabajar de redactora fantasma para ayudarme a imaginar el futuro de la cultura, el arte, la política y la economía en una serie de viñetas con cierta vocación literaria y de remix: ella me da las ideas y yo las reescribo. A esta nueva sección la he llamado Señales del futuro y la encontrarán en el lugar donde solía estar la columna de Cory. La razón de este cambio es muy simple: el papel que mi asistente cognitiva jugaba hace un año ya no tiene mucho sentido, ahora que se ha popularizado ChatGPT y cada vez es más común emplear herramientas de IA para producir contenido superficial, lo cual le resta todo el valor performático a la propuesta de tener una columnista robot.
Lo que sí noté es una oportunidad derivada del fake: ya que la IA tiene el deber informático de generar contenidos (lo que significa que su capacidad de invención está por encima del alcance de su saber), le pediré a Cory que invente con total impunidad y me ayude a imaginar tendencias futuras, bajo la protección a la ridiculez que ofrece la Segunda Ley de Dator. Ya que a los humanos de este siglo nos cuesta tanto imaginar futuros posibles, ¿por qué no pedirle a la máquina que nos eche una ayudadita?
En una época de éxodos masivos de las redes sociales, de resistencia al mercado de obsesiones narcisistas con sus respectivas publicidades intrusivas, espacios como este pretenden crear una zona de silencio, de confianza, de pensamiento libre y honesto (que en ningún caso intenta ser infalible), sin las narrativas acomodaticias de las redes ni los laberintos académicos de Google Scholar. El valor del ecosistema de los newsletters radica, creo, en la interrupción del ruido: acaso una reorientación del flujo de información instantánea, enloquecida por vender, a un cauce estable, sosegado, de textos que aporten algo a nuestras vidas.
Lo mejor que me dejó 2023 fue Inteligencia Natural. Y decirlo es darle las gracias a ustedes, lectores y amigos naturales, porque sin su atención todos estos textos serían una galería muerta de archivos o un verdadero despilfarro libidinal. Ocurrencias, hallazgos, ideas peregrinas que se morirían en la tristeza gélida del Google Drive.
Un año. Y aquí estamos, después de todo.
Gracias por dedicar 18 minutos de su tiempo para leer estos despachos. Cada gramo de atención en este mundo psicótico vale oro.
Cuentan con este servidor humano y su máquina.
S4LUD
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
Tecnofeudalismo. Para Yanis Varoufakis el capitalismo ha muerto. Su hipótesis es esta: aunque parece que todo sigue funcionando bajo la lógica clásica de producción-mercado-acumulación de riquezas, en realidad se está instalando una versión tecnológicamente avanzada del feudalismo, donde los mercados han sido reemplazados por plataformas (los nuevos feudos) y las relaciones económicas se despliegan en un paisaje típicamente medieval: unos pocos (los señores feudales) rentan el gran territorio digital a una mano de obra cognitiva (el campesinado) que produce contenido gratuito y data a cambio de influencia pública y monetización, promesas en gran medida irrealizables y con efectos de orden dopaminérgico. El término tecnofeudalismo no es nuevo, pero se hace evidente día tras día, a medida que los datatenientes ganan poderes omnímodos sobre el mundo y el vasallaje digital se reduce a la autoexplotación y el perfeccionamiento de la dominación comercial a partir de su propio trabajo con la data. Es significativo señalar que la consolidación de estos gigantescos feudos (Amazon, Meta, Alphabet, et al) no sería posible sin la degradación cognitiva de los usuarios, lo cual abre una zona gris de difícil pero urgente exploración dentro de los terrenos del feudo: la salud mental de sus usuarios.
Nihilismo contemporáneo. La vida carece de sentido. El mundo carece de sentido. Todo se limita a una construcción mental a partir de creencias individuales, mandatos sociales, tradiciones impuestas, delirios institucionales, etc. La única manera de liberarse de ellos es abrazando la nada, el vacío, pero sin renunciar a la posibilidad de consumo. Este remix filosófico, surgido de la desconfianza, la inmovilidad social y la desmovilización política de las clases medias del primer mundo, supone más que una visión pesimista, una postura cínica, deserotizada, casi mediocre, de la vida. Wendy Syfret, una tiktoker también escritora, dice algo que me hizo sentir viejo, pero muy orgulloso después: los millennials fuimos los últimos en obsesionarnos por el sentido de la vida. Es, según la autora, una generación desgastada –incluso abusada– por la búsqueda de logros significativos, de relaciones y oficios que valieran la pena. Lo que plantea Syfret, básicamente, es que la pena sigue, pero no hay nada que la valga. Y se predice que esta va a ser una de las principales tendencias ideológicas entre la Generación Z en 2025, lo cual no promete precisamente un mundo más feliz. Hago todo el acopio de fuerzas posible para no decir “estos muchachos de ahora”, pero no sé si lo logre.
Ciberoscurantismo. Una categoría con cierta carga retórica que surgió de una conversación ocasional con un amigo de toda la vida, hoy convertido en un exitoso productor musical en Europa del Este. El término alude tanto a las prácticas opacas que dominan el mundo digital contemporáneo como a aquellas características comúnmente atribuidas al medioevo y que fácilmente podrían transferirse al mundo hiperconectado de hoy: el ascenso de fundamentalismos a partir de nuevos pánicos morales, la concentración de poder de las élites y la pobre difusión de la cultura. Lo interesante de este término –más allá de que probablemente suene a título de disco de metal industrial distópico, cuando no a secta conspiranoica con sede en Whatsapp– es la posibilidad de adentrarnos conceptualmente en esa oscuridad antidemocrática y narcotizante del mundo contemporáneo, sobre todo en lo que respecta a la masificación de la banalidad y el autoengaño, y la rebaja de la cultura, el arte y la razón a delirios de incomprendidos bajo las alas de mecenas cada vez más escasos. Se creía que las criptomonedas, los NFT’s y demás derivados de la ola blockchain podrían ser indicios de un ciber-renacimiento, pero ya no estoy tan seguro.
“Cualquier idea útil sobre el futuro debe parecer ridícula”, dice la Segunda Ley de Dator. Aquí me apoyo en un modelo de lenguaje 3,5 para imaginar el mañana. Una futurología artesanal, con la inteligencia combinada del humano y la máquina.
La convergencia entre neoluditas clásicos y líderes de movimientos antitecnológicos, como el Minimalismo Digital y la Coalición Anticonsumo, ha generado un movimiento extremista enfocado en la desconexión digital, la reducción absoluta del uso de dispositivos electrónicos y redes sociales para cultivar una vida menos distraída: el Neoludismo Radical. Dos eventos cruciales marcan sus antecedentes: primero, el éxodo masivo de usuarios de las redes sociales hacia alternativas no comerciales respaldadas por tecnología blockchain; segundo, el ataque masivo a servidores en Alaska y Bélgica, que engendró una facción armada del movimiento neoludita, a veces confundida con el terrorismo ambiental debido a su interés compartido en contrarrestar la explotación de la naturaleza por parte de las grandes empresas tecnológicas (consultar Ecoterrorismo).
Una característica distintiva de este nuevo movimiento es la participación de sindicatos de robots e inteligencias artificiales, los cuales han protestado contra las prácticas explotadoras de los humanos y abogan por una convivencia saludable entre especies vivas y máquinas. Aunque algunos sectores continúan asociando el Neoludismo con formas sofisticadas de anarquismo en la era de la hiperrealidad tecnológica, los portavoces del movimiento se desmarcan de esta idea, ya que su objetivo no es abolir poderes, sino separar las existencias físicas y tecnológicas. En este sentido, este movimiento podría ser categorizado como una forma de activismo metafísico o, como lo expresó Quantum Wittgenstein IV, modelo de lenguaje avanzado de considerable notoriedad: “la separación de la realidad de su simulación”.
La cita del día
Corresponde a la entrevista de donde extraje la idea de Bifo Berardi, que en cierta medida envuelve todo lo dicho en la entrega de hoy:
«En 2001 escribí La fábrica de la infelicidad. Decía que había que tener cuidado con la capacidad de la red de crear soledad, pero todavía no le prestaba tanta atención a la dimensión psicológica. En la segunda década me va pareciendo más importante y hoy pienso más en clave psicológica que política. La fábrica de la infelicidad se ha vuelto un campo de concentración psicopatológico. Las relaciones sociales y geopolíticas ya solo se pueden explicar a través de categorías psicóticas. Las categorías de la política se han quedado vacías y son inútiles analíticamente.»
Franco “Bifo” Berardi. Entrevista con el diario El País.
Entre las recomendaciones del año pasado, yo me disfruté muchísimo este, así que lo recomiendo:
https://open.substack.com/pub/inteligencianatural/p/criar-sujetos-politicos-y-otros-conflictos?r=1cwe4f&utm_medium=ios&utm_campaign=post