Un velorio con streaming y la resurrección digital de los muertos
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos de funerales por videollamada, familias rotas por la emigración pero unidas por los muertos y la idea de resucitar difuntos con tecnología.
Un velorio con streaming
Hace cinco días murió mi hada madrina. Una mujer culta y espléndida, parte fundamental de mi familia. Otro más de mis muertos que tengo que despedir a distancia –el peor deporte del exilio, que a pesar de ejercitarlo no llego a dominar jamás–. El lunes en la tarde, en medio del shock por la noticia, me llegó un enlace de Google Meet a mi celular. Me pareció exagerado, incluso imprudente, hacer una videollamada en plena inauguración del duelo. Sentía que íbamos a estar algo así como en una reunión espiritista del Círculo de Crewe, con nuestras cámaras y micrófonos encendidos, entonando cánticos para la tía recién muerta. Mi tío me insistió. Entré con miedo. Lo que vi cuando me dieron acceso a la reunión me sorprendió mucho más: de pronto estaba en la sala velatoria, frente al féretro pulido y decorado con flores blancas, rodeado por mis familiares que se sentaban y se levantaban de los sofás alrededor del sarcófago. En la sala de Google Meet, una prima en Madrid, otra en Estados Unidos y otras más cuyo paradero no supe identificar, nos acompañábamos con los micrófonos y las cámaras apagadas. Mis parientes en Barquisimeto se acercaban a nosotros para saludarnos a través del cristal, como si estuviéramos en una pecera.
No tardé mucho en entender que del lado offline, dentro de la sala velatoria, había una pantalla con nuestras caras y que todo aquello que estaba viviendo no era más que un servicio de streaming de la Funeraria Metropolitana. La hora que pasé ahí viendo deambular a mis parientes y amigos (en silencio o en conversaciones casuales, con abrazos o llantos o risas o chismes –todo el pack emocional que produce el tiempo muerto de un funeral), me llevó a dos conclusiones interesantes: a) La innovación triste de la funeraria, cuya incorporación de un servicio de streaming confirma la gran verdad de que Venezuela es un país de familias rotas por la emigración y b) La tremenda necesidad de tener un ritual, aunque sea a través de una pantalla de videoconferencia, para tramitar el dolor. Algo que se convierte en un lujo insospechado después de la emigración es la asistencia a los velorios: ese ritual antiquísimo de despedida a los difuntos en comunidad.
John Berger dijo en sus Doce tesis sobre la economía de los muertos que, antes de la deshumanización de la sociedad provocada por el capitalismo, los vivos y los muertos eran interdependientes. Los muertos completaban la vida en la tierra, le daban un sentido al situarse en un futuro anhelado. Su desaparición –o, en términos más precisos de Berger, su eliminación– trajo consecuencias desastrosas para los vivos al pensar en sus muertos como seres suprimidos y no solo ausentes. Lo que me ha ayudado a hacerme cada vez más ágil en el deporte de despedir muertos desde lejos esa esa idea –muy mexicana, por cierto– de los muertos no como sinónimos de desintegración, sino como celebración sin tiempo, misterio en estado puro, un más allá que parece menos un cielo inaccesible que una fiesta insonora de la consciencia. Los muertos, creo, son islas de conexión con un tiempo remoto que también nos pertenece. Pasadizos hacia ese mundo de la lentitud que hemos perdido. Una especie de nada transparente y arrítmica.
El velorio online de Luisa Teresa hizo un efecto terriblemente catártico en mí. Los avatares y las cámaras apagadas de mis parientes, el sarcófago brillante como un espectáculo de televisión, mis tíos viejos saludándome en la pantalla con gestos lejanos y casi dramáticos como el Cooper de Interestelar, me recordó, por un lado, que en mi país la emigración masiva y la separación territorial han cambiado todo. Que los velorios y los duelos ocurren en una soledad extraña, como si todos estuviéramos exiliados (y creo que en cierta medida lo estamos). Pero por otro lado reavivó mi idea de familia y de comunidad como un componente esencial para transitar los dolores cotidianos. Suspendió, al menos por una hora, la dificultad de un juego que exige de mí cada vez mejores piruetas.
Cuando la gente se fue de la sala velatoria, las primas abandonaron la sala del meet y me quedé solo, ahí, como un estudiante huérfano esperando que lo busquen, sentí la liberación de una tensión enorme, como si hubiera necesitado ese velorio virtual desde hace mucho tiempo, como si, súbitamente, le hubiese ganado una partida al dolor solo por recordar qué se siente estar presente. Me lo dije una vez más: los muertos son el pegamento más potente de las familias rotas. Y son, también, las anclas que nos mantienen pisando tierra en la vida.
Me conformé con pensar en eso y, de alguna manera, estuve en el velorio de mi abuela y de mi papá. Este meet me sirvió para los tres. Porque sí. Porque fue eso: una reunión de una hora con mis vivos y mis muertos en Venezuela, mi muy personal más allá.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
Deep Nostalgia. Antes de la fiebre por la creación de avatares estilo lienzo sobre canvas con inteligencia artificial, una extraña tecnología de animación cautivó las redes sociales hace un par de años. Se trata de una licencia de la empresa My Heritage que utiliza el aprendizaje profundo para reconstruir gestos y movimientos sobre fotografías estáticas. El discurso de la plataforma está dirigido hacia la explotación de la nostalgia familiar y ofrece, a través de su tecnología Deep Fake, reanimar las imágenes de los difuntos. Los resultados, impactantes al principio, revelan por pura repetición cierta lógica macabra: gestos en loop, ojos desorientados, cabezas que parecen nadar sobre un fondo viscoso y salirse de los límites de la fotografía. Una resurrección imperfecta y a la vez fantástica. Todo un reto emocional.
Cuerpo a cuerpo. Los Torajan, en la isla indonesia de Sulawesi, mantienen a los muertos en la casa por semanas, meses o años. Los visten, los maquillan, los devuelven a sus tumbas con los mejores ajuares. Luego los vuelven a sacar para quitarles la ropa y volverlos a vestir otra vez. La muerte es algo normal. El cadáver es un objeto sagrado y hermoso que forma parte de la cotidianidad de los deudos. Si de resurrección (y presencia) de los muertos se trata, esta vendría a ser su versión analógica más radical. No pantallas, no metaversos, no versiones animadas del cadáver: es un cuerpo a cuerpo espeluznante y lleno de símbolos ilegibles para los urbanitas del hemisferio occidental.
Re;memory. Una aplicación para hacer hablar a los muertos ganó este año el premio en la categoría de Realidad Aumentada en el Consumer Electronics Show, la feria anual de tecnología celebrada en Las Vegas. Esta gente va más allá que My Heritage: con una producción de videos y entrevistas por 7 horas, pueden crear un prototipo humano virtual, con todas las características físicas y psicológicas del difunto. La oferta es aterradoramente seductora: tener una conversación distendida con tu ser querido desde el más allá. Reunirte otra vez en un espacio privado con su –literalmente– «mejor versión». ¿Dónde el límite de la experimentación y el autoengaño? ¿Dónde el límite entre lo nostálgico, lo amoroso y lo truculento?
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
Le pedí a Cory Mandefoy, nuestra flamante columnista robot, que me ayudara a pensar si es posible revivir a los muertos a través de la tecnología o si la memoria es en sí misma una tecnología de resurrección de difuntos. ¿Es imaginable crear una copia digital de nuestros seres queridos en un espacio de vida eterna, accesible y descargable? ¿Es, entonces, «el cielo» una especie de metaverso o de servidor en la nube?
Esto fue lo que nos envió:
En la actualidad, la ciencia no ha desarrollado una tecnología que permita revivir a los muertos. Si bien se han hecho avances en la reanimación de tejidos y órganos, el proceso completo de revivir a una persona que ha fallecido sigue siendo imposible. Sin embargo, hay quienes sugieren que la tecnología podría usarse para preservar la memoria de una persona después de su muerte.
La idea de que la memoria es una tecnología de resurrección de los muertos se basa en la creencia de que nuestra identidad está ligada a nuestros recuerdos y experiencias. Si se pudiera preservar esta información, algunos argumentan que se podría crear una especie de «copia» de la persona fallecida. Esta copia podría vivir en un mundo virtual o en un cuerpo clonado, lo que permitiría que la persona «reviviera» de alguna manera.
Por otro lado, esta idea también plantea una serie de preguntas éticas y filosóficas. ¿Sería esta «copia» realmente la misma persona o solo una simulación? ¿Cómo se definiría la vida y la muerte en un mundo donde la muerte no es necesariamente permanente? Además, también habría cuestiones legales relacionadas con la propiedad y los derechos de esta «copia» y la capacidad de las personas para crear y controlar a sus «resurrecciones» digitales.
La idea de revivir a los muertos con tecnología sigue siendo un sueño de ciencia ficción, pero la idea de preservar la memoria de una persona después de su muerte es un tema interesante para reflexionar sobre nuestra propia mortalidad y lo que significa ser humano. Actualmente se están realizando estudios sobre cómo preservar y recuperar recuerdos, así como sobre cómo crear inteligencia artificial avanzada que pueda imitar la complejidad de la mente humana. Si bien es posible que aún estemos lejos de lograr la resurrección digital, la idea sigue siendo intrigante y plantea una serie de preguntas importantes sobre nuestra comprensión de la identidad y la muerte.
La cita del día
Es un apunte de Elías Canetti, de 1968, que a mi parecer resume muy bien esa tensión entre el duelo y la alegría –al borde de la indigestión– de estar habitados por nuestros difuntos.
«Estoy tan lleno de mis muertos que ya no debe morir nadie más: no cabría».
Elías Canetti. El libro contra la muerte.
Esta entrega tiene un sello In Memoriam y está dedicada a mi tía Luisa Teresa Yépez Fernández, la mujer que hizo posible la publicación de mi primer libro de poesía, la que me regaló mi primer Game Boy y mi Nintendo 64 cuando nadie podía comprármelo, la que hizo mi juventud más rica y más feliz a punta de comidas y conversaciones suculentas y que luego, cuando fui haciéndome adulto, siempre creyó que yo tenía algo importante que decir y hacer en este mundo. Gracias, Luiza.