Hablando se entiende el presente: Cognitariado
En esta entrega de Inteligencia Natural, la primera de una nueva serie en colaboración con el newsletter Cósimo, hablaremos del proletariado cognitivo y los dilemas del trabajo mental esforzado.
La realidad cambia muy rápido y con ella nos llueven ideas y términos que tenemos que empezar a comprender. Con este experimento de conversación, Zakarías Zafra (autor del newsletter Inteligencia Natural) y Rafael Osío Cabrices (curador del newsletter Cósimo) juntan sus incertidumbres para acercarse a esos conceptos emergentes y ampliar la plática.
COGNITARIADO. Compuesto acronímico de cognitivo y proletariado. Grupo social formado por personas con alta formación académica y ocupación en un trabajo intelectual que perciben un salario bajo no acorde a su nivel de estudios. Fuente: Wikcionario
Zakarías Zafra: Hoy quiero que hablemos del cognitariado, el proletariado cognitivo, esa extraña clase social surgida del capitalismo cibernético que combina trabajo mental esforzado, hiperespecialización, condiciones laborales sin regulación y una vida de comodidad precarizada.
Me parece muy interesante este concepto porque, a diferencia de la estratificación social clásica de Marx, donde la burguesía estaba muy diferenciada del proletariado industrial, la nueva era digital ha entrelazado de una manera muy extraña estas dos clases, de manera que un trabajador cognitivo puede tener una formación “burguesa” –grados académicos, sensibilidad artística, buen gusto, personalidad “culta”–pero condiciones de trabajo que remiten a las labores fabriles de antaño, con nuevos aspectos como la autoexplotación y el burn out.
Tú trabajas con la cabeza, produces conocimiento, consumes productos culturales y artísticos. Tú y yo, de una u otra manera, tenemos que ganarnos la vida trabajando con el cerebro, reinvirtiendo la “plusvalía” de nuestra formación burguesa en nuevas formas de producir dinero con el saber o con el oficio intelectual.
¿Cómo ves y vives tu pertenencia a este cognitariado?
Rafael Osío Cabrices: Bueno, primero me llama mucho la atención que estemos discutiendo un término nacido de una categoría creada en algo que se supone que dejamos atrás, la industrialización masiva e inhumana de mediados del siglo XIX, el gran fenómeno histórico que Marx estaba observando. Pero al segundo siguiente se me pasa la sorpresa, cuando caigo en cuenta de que en muchos ámbitos estamos lidiando con los efectos de la Revolución Industrial (el planeta recalentado por los combustibles fósiles es un legado omnipresente, agobiante de ella) y también de que muchos conceptos que hoy nos intrigan son un enroque de antigüedad y contemporaneidad tanto en fondo como en forma. Cognitariado junta cognitio y proletariado del mismo modo en que los marketers juntan dos términos para crear la marca de una startup (como en Netflix, de net y flics, películas) y te hacen pensar en temas del siglo XIX, como Uber y el Übermensch de Nietzsche.
Segundo, para responder a tu pregunta: lo vivo sin saber mucho que lo vivo. Ahora que me pones en contacto con el concepto no veo cómo podré seguir sin verme a mí mismo como un proletario cognitivo. De hecho estoy haciendo un trabajo en este momento que me deja cero espacio de decisión y en el que se espera que cumpla instrucciones al pie de la letra, como un obrero en una línea de producción.
Y mira, lo vivo así: diciéndome a mí mismo embrace uncertainty, tratando de no angustiarme demasiado por el arribo de ChatGPT, y sin perder de vista que si yo tuviera un empleo fijo y estuviera sentado entre tres paneles azules y haciendo commuting cada día, es decir, si yo tuviera lo que hoy se supone que es un empleo de calidad, no tendría mucha más estabilidad, y no tendría la inapreciable oportunidad de ver crecer a mi hija.
Una pregunta recurrente que me hago, y que te reboto a ti, es: ¿hasta qué punto no juzgamos nuestra posición con los términos de la generación de nuestros padres, que vivió una estabilidad totalmente excepcional antes y después de ellos?
Zakarías Zafra: Creo que la juzgamos cada vez más. O al menos yo lo percibo así. Primero con admiración, luego con cierto rencor. A sus treinta años, mi papá ya tenía un apartamento propio con piscina, dos carros y un clóset lleno de trajes Rori. Yo celebré mis treinta años en un bar de la plaza Garibaldi con dos roomies detestables y una angustia severa por andar sin papeles en México. Mi gran paso de movilidad social –y es el que, de alguna manera, se ha mantenido desde entonces– fue salir de ese cuarto alquilado a un apartamento alquilado en la zona centro y luego a otro departamento alquilado en una zona medianamente decente y arbolada.
Sí, comparto contigo la alegría (o el consuelo, no sé) de no ir todos los días a una oficina, de poder leer y escribir un par de horas, de ir al parque a pie con mi hija. Tampoco tengo carro, no tengo seguro social y no tengo intenciones de escalar en ninguna corporación. Me jacto de mi inestabilidad un poco como punto de honor y otro como revelación sistémica: trabajar de 8 a 6 no me haría una vida mejor. Y menos en México, con una cultura laboral espeluznante, y menos en 2023, donde se hacen fortunas vendiendo productos chinos por Amazon.
Lo que está dejando verse detrás de esta conversación es la creencia popular (desclasada, por cierto, en el contexto de esta discusión) de que un ejecutivo medio de un corporativo transnacional es menos cognitario que un corrector de estilo freelance. La acumulación brutal de capital –sobre todo en el sector tecnofinanciero– ha borrado muchos de estos límites, aun cuando persiste una valoración social positiva de las jerarquías empresariales por encima de los oficios independientes.
Antes –y con esto vuelvo otra vez a tu pregunta– los freelancers eran malos partidos (¿quién en su sano juicio ochentero podría aspirar a trabajar “por proyectos” y no por salario?); ahora son un túnel de salida precario hacia ciertas formas de libertad que un sistema laboral anticuado y explotador se empeña en asfixiar sin mayor razón de peso. Cada vez que a un amigo, después de la pandemia, después del teletrabajo, después de Zoom y de Monday, después de comprobar que muchos trabajadores eran más eficientes al manejarse por objetivos y no por horarios, lo obligan a ocupar su cubículo en las oficinas, pierdo un poco de fe en la posibilidad de una nueva cultura del trabajo.
Pero me estoy desviando. Somos proletarios cognitivos, Rafa, pero con aspecto burgués. Cultos y pobres, como quizá terminaron nuestros mayores. ¿Se puede escalar social y económicamente desde esta particular condición, en este siglo? ¿Tiene el cognitariado un futuro más allá de los placeres –tímidamente pequeñoburgueses, cómo no– que nos regala el estar fuera del mercado laboral? ¿O acaso habrá que combinar los oficios intelectuales con otras formas de generar ingresos más adecuada al clima capitalista cibernético actual?
Cognitariado es un término acuñado, entre otros, por Franco Bifo Berardi en su libro El sabio, el mercader y el guerrero: del rechazo del trabajo al surgimiento del cognitariado. Si quieres saber más del tema, te recomendamos esta entrevista al autor para ampliar la información.
Rafael Osío Cabrices: No veo cómo se pueda escalar económicamente (ya no tengo claro qué sería escalar socialmente). No podemos acumular riqueza ni tener seguridad financiera. Sí creo que el cognitariado tiene un futuro, al menos por unos años, porque a la IA alguien la tendrá que manejar y porque algunos de nosotros nos adaptaremos. Y no creo que estamos fuera del mercado laboral, sólo que estamos en un mercado informal, de buhoneros del teclado.
Claro que hay que combinar los oficios intelectuales con otras formas de generar ingresos; es inevitable y ha pasado muchas veces. Pero mientras lo escribo me pregunto qué queremos decir con oficio intelectual, o por qué escribir, editar, traducir es más intelectual que montar business plans u organizar campañas de marketing. ¿Cuánta gente en realidad forma parte del cognitariado, que en otra época estaba claramente en el showbiz, o el Estado, o en alguna actividad económica más sólida?
Coincido contigo: la inestabilidad laboral se ha extendido tanto que mucha gente que calificamos de corporativa es tan proletaria como uno. Y los oficios del conocimiento incluyen muchísimas cosas. Es mucho el conocimiento que usa cada día el personal de salud, donde me parece que hoy hay más burnout, divorcios y suicidios que entre nosotros los escritores-traductores-editores. Los cognitarios somos muchos.
Zakarías Zafra: Entonces habría que diferenciar entre uso del conocimiento (en cuya categoría cabemos todos) y producción –formal o informal– del conocimiento. Siguiendo tu ejemplo, un investigador de ciencias de la salud, al menos desde la visión clásica del trabajador cognitivo, estaría más del lado del Conocimiento, así en mayúsculas, académico, “legítimo”, que el personal de salud, cuya aplicación es eminentemente práctica e inscrita en una estructura laboral y jerárquica concreta (aunque es obvio que el académico también puede pertenecer a una institución universitaria con prácticas organizacionales bien demarcadas).
Un publicista, un guionista de programas de YouTube, un editor de videos de TikTok, un escritor de artículos SEO, incluso un redactor de prompts, son hoy tan parte del cognitariado como un novelista de Anagrama que hace talleres de escritura online para redondearse los ingresos. El freelanceo es quizá la categoría que aglutina. Y el oficio intelectual como cualquier tarea constante que use la sinapsis para producir algún beneficio consumible y comercializable para otros. O si lo ponemos bien blanco y negro, todo lo que está al otro lado del espectro del trabajo manual.
Me quedé picado con algo que dijiste. ¿Por qué no podría acumular riqueza un trabajador cognitivo? Píllate los One Person Business y todas las nuevas alternativas de monetización del conocimiento.
Rafael Osío Cabrices: Bueno, creo que es extremadamente improbable que acumulemos riqueza porque lo que vendemos, propiedad intelectual, ha perdido su capacidad de defender su valor único y por tanto es menos monetizable. Todo se puede piratear, reproducir sin autorización, versionar, etc. Tendríamos que meternos en modelos que no existían en el siglo XX. Cerremos tratando de responder esta pregunta: ¿qué va a pasar con nosotros y con la economía de la cultura?
Zakarías Zafra: Me voy a agarrar de algo que dijiste: hay que meternos en modelos que no existían en el siglo XX. Responder desde la economía de la cultura, desde la producción de conocimiento, desde el cognitariado, pasa también por entender las reglas de un juego que cambia muy rápido. El capitalismo cibernético y la “revolución” de la IA, que me parece de lo más importante que le está pasando a la humanidad a escala cognitiva, nos obliga a pensarnos un poco como seres mutantes que hacen de todo, en distintos espectros de habilidades (casi que un sueño de la transdisciplinariedad) y, sobre todo, a saber que ya es impensable trabajar sin las máquinas. Y me refiero ya no a los hardwares que uno golpea con torpeza, sino modelos de lenguaje capaces de pensar con –y a veces por– nosotros.
Solo por joder: si estos son los vaivenes del cognitariado, ¿cómo será la burguesía cognitiva?
Te toca pichar.
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Creo que vivirlo sin saber mucho que lo vivimos es el pan nuestro de cada día. Si la problematización no conduce a nuevas formas de entendernos, estaremos perdidos. Lo que creo es que, a lo que más rencor se le tiene luego de asumirse como proletario cognitivo, es a las marcas sociales que deberían de aparecer como consecuencia de ello (que en el caso de nuestros padres está claro: casa, carro propio y “estabilidad laboral”), según lo que leo nuestras marcas sociales serían: ir a pie al parque, ver crecer a nuestros hijos y no estar en la oficina.
¿De qué otras marcas podemos hablar? Porque yo tengo mi medalla en el pecho de que nunca he pertenecido al mundo laboral “formal”, ni he cotizado en seguro social ni nada de eso... sin embargo, veo y valoro muchas otras cosas que no son las de mis padres.
Gracias por abrir la conversación. Me encantó.