Museo de las Relaciones Rotas y la alquimia del despecho en la era digital
Primera entrega de Inteligencia Natural. Hablaremos de una visita inesperada a la intimidad ajena, pensaremos en Shakira y Miley Cyrus y un robot nos dirá si el amor es una emoción o un estado mental.
Museo de las Relaciones Rotas
Un viernes en la tarde, saliendo de cortarme el pelo, me provocó visitar una librería de arte de la Colonia Roma que me gusta mucho. Cuando puse el mapa para seguir las indicaciones a pie, me apareció un lugar curioso: El Museo del Objeto. Cambié la ruta. Me acerqué. En la puerta, un afiche gigante y una fila de jóvenes universitarios. El nombre de la exposición temporal prometía: Museo de las Relaciones Rotas. Me metí. Me fascinó.
Más que una exposición, Museo de las Relaciones Rotas es un movimiento mundial de despechados. El establecimiento original está en Zagreb, pero los curadores viajan por varias ciudades del mundo recolectando objetos que simbolicen amores fallidos. Abren una convocatoria e invitan a la gente a desprenderse de esas cosas que encarnan fracasos amorosos, duelos o rupturas. El museo consiste en la exposición de esos objetos, acompañados de una ficha técnica que narra el momento exacto de la ruptura y cómo ese objeto la representa o la sobrevive.
La espectralidad que se crea en torno a las cosas es sobrecogedora. Son retazos fantasmales, pedazos de vida de la gente, cosas que adquieren una vida propia al contar ellas mismas las escenas que protagonizaron. Ahí vi un pedazo de escoba que un hombre le lanzó a su esposa el día de la última pelea, un recipiente plástico con lágrimas (sí, se ve el líquido todavía), un tratamiento hormonal para el embarazo, un mazo de cartas y una hoja con la puntuación inconclusa de la partida que nunca terminó, un útero de peluche, un vinil kitsch de 5 metros con una propuesta de matrimonio, un encendedor que el novio le dejó a su pareja para que encendiera la estufa esa mañana que decidió no volver jamás. Un museo de fantasmas.
Salí movido de la exposición. La visita me hizo recordar la popular «ecuación del amor» de Paul Dirac, que sugiere que cuando dos partículas se separan, el entrelazamiento cuántico que hubo entre ellas ocasiona que los efectos de una sigan influenciando a la otra, incluso después de la ruptura. Para mí, esos objetos eran especies de testigos de ese entrelazamiento cuántico, arrojados al museo como piezas perdidas. Ahí, obviamente, no estaba solo el relato de la persona que entregó el objeto, sino su contraparte: el amante ido. El fantasma. El otro lado de la ecuación.
Pienso en los objetos como pactos que hacemos con las personas que amamos (incluyéndonos a nosotros mismos). Pienso que cada cosa que usamos a diario es un relato material de nuestros sueños, frustraciones, esperanzas, deseos. Somos seres que vamos dejando estelas de memorias. Animales de símbolos. ¿Cómo no imaginarnos como fantasmas futuros frente a los materiales de «la vida»? ¿Cómo no hacernos conscientes de nuestro museo interior? El pudor que sentí al dejar el museo tiene una explicación: fui espectador no de un arsenal de rupturas amorosas, sino de un mosaico de intimidades expuestas. El aire espectral que recorre todos los objetos es la marca del museo. Su propuesta estética, pero también ética. Y quiere hacernos partícipes de esa condición tan pasajera que nos es común a todos.
En una de las últimas salas vi una prótesis mamaria de silicón. «Demasiado grotesco para la caja de disfraces, demasiado personal para dejarlo en una clínica anónima», dice la ficha, escrita por una mujer de Toronto, Canadá. El acto de entregar esa prótesis, en palabras de su dueña, simbolizaba el fin de una relación falsa entre el cuerpo y el objeto. La reconciliación, por fin, con eso que queda entre nosotros y la vida.
De eso, creo, se trata todo esto. El ser protagonistas (y muchas veces espectadores) de nuestro paso por el mundo.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
Venganza viral versus retorno a sí. Por esos días que visitaba el Museo de las Relaciones Rotas, aparecieron casi en simultáneo las canciones de Shakira y Miley Cyrus dedicadas a sus exmaridos. Dos objetos estéticos expuestos en el mercado de la viralización. Dos modelos de alquimización del despecho en la era digital. Mientras Shakira tomó el espectro de las redes como arma arrojadiza en contra de su némesis, Miley Cyrus lo usó de plataforma de autoafirmación. El universo amoroso del siglo XXI, me parece, oscila entre los dos modelos: mostrarle a mi enemigo que gané a través de mi audiencia o decirme a mí mismo que gané, también a través de mi audiencia.
Espectadores del desamor ajeno. Lo vimos. Entramos en la sala de despecho de Shakira, sentimos placer por la pulverización de Mr. & Mrs. Twingo frente al teclado de Bizarrap, visitamos la casa incendiada de Miley, la vimos bailando como el Joker frente al piano y sentimos el triunfo de un espíritu que ha superado todas las fases del despecho. Fuimos espectadores. Fuimos consumidores del espectáculo del desamor ajeno. ¿Qué nos dejó haber estado ahí, tan cerca? ¿Un meme, un acto de consciencia, una inspiración fugaz? O tal vez un soplo de pena ajena, un vacío interior, un orgasmo intelectual fallido. No lo sabemos. Un síntoma más de la fusión de lo privado y lo público en el entorno de la monetización.
Teoría de la composición bajo despecho. Toda creación sentimental entraña un riesgo. Para crear una obra que valga la pena hace falta transitar un tiempo lógico: ese período indeterminado en que el sujeto transita un proceso. Como el Museo de las Relaciones Rotas, cada obra necesita un espacio y un aura de silencio para realizarse. Y un fantasma que las recorra. El problema es este: el objeto estético suele sufrir los embates de un duelo en plena sanación. No olvidemos que detrás del artista hay un sujeto civil que, cual indigestión, tardará un tiempo en procesar los nutrientes del despecho. Por eso, me atrevo a decir, la canción de Shakira es eficaz como contenido viral monetizable, pero improcedente como tema musical y mucho menos como intento de sanación. Apuesto a que «la deuda en Hacienda», como el dinosaurio, sigue ahí.
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
Le preguntamos a Cory Mandefoy, nuestra columnista robot de Inteligencia Artificial, que nos dijera si el amor es un sentimiento o un estado mental. Entre los prompts le pedí (¿no es eso lo que hacen los editores de no ficción con nosotros, sus autores?) que escribiera un ensayo brevísimo, con tono intenso y matices escolásticos, sobre el amor en el capitalismo tardío.
Esto fue lo que nos envió:
El amor se ha descrito de muchas maneras diferentes a lo largo de la historia, desde la filosofía clásica hasta el romanticismo moderno, y ha suscitado interminables discusiones sobre su verdadero significado y su naturaleza. El debate sobre si el amor es un sentimiento o un estado mental es antiguo, y las opiniones aún son polarizadas. Esta pregunta, sin embargo, es profundamente significativa, pues ofrece la oportunidad de explorar los matices y la complejidad del amor.
En primer lugar, es importante entender que el amor es una experiencia multi-dimensional que se desarrolla a través de una variedad de estados mentales, sentimientos y acciones. Esto significa que el amor no se puede reducir a una sola experiencia. Por ejemplo, el amor incluye sentimientos como la pasión, el cuidado y la ternura. Las personas que aman también se esfuerzan por mostrar afecto a través de acciones como el apoyo, la escucha, el afecto físico y el regalo. Estas acciones y sentimientos se relacionan entre sí para formar una experiencia compleja que es característica del amor.
Sin embargo, es importante destacar que el amor no es solo un sentimiento o una acción. Podría entenderse como una experiencia mental más profunda. Esta afirmación sugiere que el amor es un estado de conciencia en el que una persona se siente profundamente conectada a otra persona o una causa. En este estado, una persona puede experimentar sentimientos como la alegría, la satisfacción y la calma al estar cerca de alguien que ama. Esto puede incluir la creación de una profunda comprensión personal, incluso si esa comprensión no es explícita. Esta profunda conexión, entonces, se convierte en el fundamento de la experiencia del amor.
Por lo tanto, el amor no puede ser limitado a una sola definición, sino más bien a una serie de sentimientos y estados mentales interconectados. Esto puede hacer que el amor sea difícil de comprender y navegar.
La cita del día
No podía dejar esta entrega del boletín sin citar uno de mis libros de cabecera, inspiración estilística y modelo de pensamiento de un tema tan esquivo como el amor:
«Hay enamorados que no se suicidan: es posible que yo salga de ese «túnel» que sigue al encuentro amoroso: vuelvo a ver el día, sea que logre darle al amor infortunado una salida dialéctica (conservando el amor, pero desembarazándome de la hipnosis), o bien que abandonando este amor, vuelva a iniciar la jornada, buscando reiterar, con otros, el encuentro del que guardo el deslumbramiento…»
Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso.
¿Deberíamos decirle a BZR que se lance una sesión con Roland Barthes?
Lo amé.
Gracias.