Hablando se entiende el presente: Doomscrolling
En esta entrega de Inteligencia Natural, la última de la serie en colaboración con Cósimo, hablaremos de timelines apocalípticos, la adicción a las malas noticias y el saqueo virtual de la atención.
La realidad cambia muy rápido y con ella nos llueven ideas y términos que tenemos que empezar a comprender. Con este experimento de conversación, Zakarías Zafra (autor del newsletter Inteligencia Natural) y Rafael Osío Cabrices (curador del newsletter Cósimo) juntan sus incertidumbres para acercarse a esos conceptos emergentes y ampliar la plática.
DOOM. Muerte, destrucción o toda situación mala que se debe evitar.
SCROLL. Mover un texto o imagen en una pantalla para ver otra parte.
DOOMSCROLLING. Hacer demasiado scroll para leer malas noticias en redes sociales: algo que se considera una manera problemática de consumir información. No nos podemos sorprender de que el doomscrolling, también llamado doomsurfing, sea malo para nuestra salud mental.
Rafael Osío Cabrices: Este término me intriga mucho porque en él confluyen varias peculiaridades de nuestra era. La más obvia, el que usemos términos que surgen en inglés porque en ese idioma se crea la tecnología que representan y hasta el trastorno que esa tecnología puede ocasionar, como es el caso.
La segunda, que como en muchos productos tecnológicos (soft-ware, hard-ware, smart-phone, Face-book, etc) es una palabra compuesta, una siamesa de dos palabras: doom y scrolling.
La tercera, que define a un fenómeno muy contemporáneo -el quedarse pegado compulsivamente leyendo y viendo noticias horribles en el teléfono- invocando ideas muy antiguas: la de doom, que alude a apocalipsis, a juicio final, a condena, a cosas espantosas e inevitables que nos reserva el destino como en una tragedia griega o el Viejo Testamento; y la de scroll, que en inglés es verbo y sustantivo, y alude tanto a los rollos de pergamino y papiro que precedieron a los libros encuadernados (en los que justamente se recogieron las tragedias griegas y los libros del Viejo Testamento) como a la acción de enrollarlos y desenrollarlos para leerlos. Este video de la colección de scrolls medievales de Harvard te da una idea de cómo eran, si no has visto de cerca una Torá en una sinagoga. Es bien loco que el principio físico mediante el cual se leyeron los libros por miles de años haya servido para definir al comienzo de nuestra digital el proceso para recorrer un documento, rodando hacia arriba o hacia abajo.
Lo que termina nombrando el término doomscrolling es esa pésima costumbre que, ante lo fácil que es hacer scroll en un teléfono inteligente, lo lleva a uno a perder tiempo y ánimo descendiendo por el timeline (línea temporal, otro antiquísimo concepto que usamos mucho ahora) de X o Facebook o Instagram, tragando una mala noticia tras otra: Gaza, el clima, Maduro, Trump, Milei, los crímenes de odio, el precio del dólar, Ucrania, etc.
Yo soy culpable. A cuenta de que soy periodista y debo estar enterado, he perdido innumerables horas en mi finita vida leyendo sobre desgracias ajenas o sobre desgracias propias ante las que no puedo hacer nada sino sufrir. Eso ha afectado mi visión del mundo, me ha privado de hacer cosas más útiles y placenteras, ha minado mi ánimo. ¿Te pasa a ti? ¿Has sido, como yo, víctima voluntaria del doomscrolling?
Zakarías Zafra: Muchas veces. Y hasta me he sentido culpable por no saber, por no estar informado de cuántos muertos dejó el huracán Otis o cuándo van a dejar de bombardear Gaza. Creo que lo dije en una de nuestras conversaciones anteriores: para sortear los cercos de los algoritmos, me construí mi propio perímetro de consumo. Empecé a usar las redes sociales como una antena de contenidos para nutrir mis proyectos y eso, por supuesto, me condujo a una desactualización en los detalles apocalípticos de las noticias. Esto fue algo bastante reciente, así que puedo decir que estoy todavía en la fase idílica de este scrolling consciente.
Pero, ahora que lo digo aquí, me acabo de dar cuenta de que la práctica del doomscrolling no solo tiene que ver con las malas noticias del mundo, sino con el consumo caótico de las representaciones del mundo de los otros, mezcladas en un solo timeline donde hay anuncios publicitarios del iPhone 15, platos de comida gourmet, gente haciendo rutinas de crossfit, cadáveres de niños palestinos, frases célebres de Elon Musk, etc. Si el destino del scrolling infinito siempre es trágico, recorrer cientos o miles de publicaciones por hora con el dedo, aunque sean memes, videos de recetas y posts sentimentales o eruditos de tus amigos, te deja con una extenuación tal que o te terminas preguntando en qué clase de mundo vives o terminas sintiéndote miserable.
Esto, sin duda, es causa y a la vez consecuencia de la crisis de la economía de la atención. Ya no diría que la atención es un “bien escaso”, sino un espacio saqueado.
Y por eso creo que sigo construyendo mi propia alternativa de desconexión de esa realidad: porque no supe qué hacer con los frutos de mi sufrimiento. Cuando me pillé a mí mismo posteando indignado sobre los náufragos de Güiria, las mujeres de Afganistán, la teatralización de Zelenski y los migrantes en el Darién, dije ¿qué coño estoy haciendo con mi vida? Y luego: ¿a dónde estoy orientado mi producción? Porque meterse a hacer doomscrolling para tener algo que decir en el mismo mercado saturado de ansiedad y dispersión, me parece un despropósito tremendo.
Y eso me hace devolverte la pregunta no solo como periodista, sino como creador de contenidos culturales que tienen que sí o sí relacionarse con lo público en este contexto: ¿qué haces al final del scroll? ¿Produces algo a partir de lo que viste o regresas a tus proyectos y rutinas de trabajo con poco más que la sobreestimulación? Porque los rollos de papiro tenían vocación de permanencia, pero este rollo es puro presente perpetuo y caótico.
Rafael Osío Cabrices: A veces me sirve algo que pesco en el doomscrolling. Para los análisis que hacemos en Caracas Chronicles, generalmente. Pero creo que el efecto principal es improductivo y es anímico: igual que con el saqueo del espacio de la atención, como bien dices, la catarata de contenido sobre el resto del mundo, y mi propia tendencia que he tenido desde chiquito a leer cosas serias y por tanto terribles, me afinca en esa sensación de que el mundo está realmente muy mal. De que no hay para dónde mirar ni para dónde coger, como decimos en Venezuela. Me pongo con varios amigos a hablar de cuán horrible está el mundo, con lo que esa creencia que es individual se va haciendo grupal. Y yo me pregunto: ¿tiene que ver el doomscrolling con ese zeitgeist tan pesimista, ese ánimo catastrófico que hay en estos años, a causa de la crisis climática, la pandemia, las nuevas guerras y hasta las llamadas “guerras culturales”? Hay como una sensación general, que brota por la cultura y no sólo por las noticias, de que vivimos una época particularmente negra. ¿Tú crees que el doomscrolling contribuye a eso, o que más bien es producto de este zeitgeist, o que el niño (el público) es llorón y la mamá (las redes sociales) lo pellizcan?
Esta es la cuarta y última entrega de una serie de conversaciones en colaboración con el Newsletter Cósimo. A lo largo de estas semanas hemos hablado del proletariado cognitivo, los retos de la libertad teleexistencial en un mundo dominado por los algoritmos y la autoexplotación en el contexto del capitalismo cibernético.
Si te perdiste alguna o las tres, puedes ponerte al día aquí:
Zakarías Zafra: Creo que se alimentan mutuamente. Cuando recuerdo esa frase lapidaria de Žižek, “el inconsciente está expuesto”, no puedo sino voltear a mirar el espacio por excelencia donde esas pulsiones se arrojan hacia lo público: las redes sociales. Cuando dijimos que los algoritmos son como espejos que te devuelven una imagen esperpéntica de ti mismo (y, por lo tanto, de tus creencias, tus prejuicios, tu forma de experimentar el mundo) y de los que te rodean, de alguna manera estábamos introduciendo el despacho de hoy: es muy difícil separar la realidad de su representación. Por eso hay veces que no sabes si tienes miedo o estás consumiendo el miedo de otro, no sabes si lo que está pasando te indigna o te debería indignar por mera convención social (o gremial), no sabes si el mundo está corriendo peligro o nada más eres tú segregando sustancias químicas frente a la pantalla. Cuando me saturo de las redes y salgo a la calle, siempre me pasa lo mismo: veo montones de gente comiendo, paseando perros, echándole pierna en sus negocios, llevando a los niños al colegio, etc. Es decir: la vida continúa. La vida ocurre, con o sin ti.
Por eso creo que esa sensación de tragedia no es nada ajena al narcisismo de la cultura de la hiperconexión. Sí, hay catástrofes, guerras, muertes, cambios culturales muy acelerados, pero todo en las redes se nos presenta magnificado por un gran sentir que busca ser consumido. No sientes por sentir: sientes para que otro vea y reaccione ante tu sentir. Y es antipático decirlo, pero gran parte de la sensibilidad de los usuarios conectados a internet –incluidos nosotros, my friend– está atravesada por una dinámica de mercado, de consumo y de capital. Nuestros miedos y nuestras aspiraciones son data para alguien. En esta época (y en esta economía), tu sentir y el mío son carne estadística para los ads.
Después de todo esto quiero preguntarte: ¿No crees que el doomscrolling termina siempre en el mismo lugar incómodo: tener que sostener la vida fuera de las pantallas? Porque si tú me dijeras que escrolear hasta la muerte psíquica te moviliza, te da criterios y parámetros para llevar una vida mejor, más enfocada, más tranquila, te creo. Pero apuesto lo que quieras a que después de cualquier sesión de consumo siniestro, te toca ir al Walmart (lo digo tan en serio que tengo que dejarlo hasta aquí, porque me van a cerrar el mercado de las verduras) o enviar otro correo electrónico para el trabajo que te da de comer. ¿Qué tienes para decirme de todo esto?
Rafael Osío Cabrices: Bueno, sí, podemos aprender a identificar cuando estamos haciendo doomscrolling, un consumo masoquista de información, en lugar de estar en contacto con el mundo. Para mí no es fácil, porque es un dilema personal y un dilema social, ético, pues, directamente vinculado a mi identidad personal de periodista y a cómo me he entrenado a mí mismo para ver las cosas. Mi dilema es este: ¿mantengo el nivel actual de contacto con el estado del mundo, o le doy la espalda a las noticias, al sufrimiento de los demás, a grandes procesos que están ocurriendo y que me afectan? Eso es lo que está haciendo la mayor parte de la humanidad; como lo muestran todos los estudios sobre medios que me la paso viendo, cada vez la gente consume menos noticias del resto del mundo, sobre todo desde que bajó el pico de atención al principio de la pandemia. La gente tiene mucho de qué preocuparse y no quiere preocuparse de cosas que considera demasiado remotas que no tienen relación con su esfera individual y familiar. Siempre he tendido a ver eso como indiferencia, como frivolidad inclusive, pero ahora me pregunto si el equivocado soy yo.
Justo antes de escribir esta respuesta estaba viendo el despacho de un newsletter aquí mismo en Substack que me gusta muchísimo, Field of View, del editor fotográfico Patrick Witty. Era sobre la cantidad y la elocuencia de las fotos que ha producido el conflicto Hamas-Israel. Venía con una advertencia de que las fotos eran fuertes. Yo me obligué a verlas y ahora me siento fatal. Pero fatal. Vi cosas que nunca había visto. ¿Para qué lo hice? ¿En qué contribuye que yo haya iniciado mi día mirando esas imágenes? Ya yo tengo una posición sobre ese conflicto, que no tengo cómo articular políticamente, que no cambia en nada el contexto. Acabo de hacer doomscrolling en nombre de un compromiso abstracto y el único resultado es que yo me siento malísimo. Eso no puede estar bien. ¿No crees? Mi pregunta para mí, y para ti, está en línea con un tema recurrente en esta colaboración nuestra: ¿cómo encuentro el equilibrio entre saber y no saber, entre exponerme y protegerme, para estar informado pero sin doomscrolling?
Zakarías Zafra: Creo que es esencial separar el acto de informarse del consumo emocional y de la agencia política. Las tres cosas, por eso de ser “prosumidores” (es decir, que producimos contenidos a la par que los estamos consumiendo), están entrelazadas de formas no muy claras. Entramos a las redes queriendo informarnos del estado del mundo, pero pasamos horas inmersos en el clima caótico de los timelines y terminamos frustrados por no poder hacer nada más que mirar. La adicción y los espejismos de influencia que son intrínsecos a la hiperconexión son parte fundamental del problema. Querer estar informado puede limitarse a un tiempo de búsqueda por día, al igual que interactuar con las personas y los contenidos que nos interesan. Tú mejor que nadie lo sabes: a menos que se trate de un trabajo de investigación (lo cual, por cierto, devuelve el foco hacia temas específicos y no al océano de infoxicación), con un poco de tiempo en redes basta para tomar la temperatura diaria de las noticias.
Lo segundo sería tener presente la intención del consumo cotidiano en redes. ¿Para qué entro aquí? ¿Qué estoy buscando? ¿En qué puede nutrirme esto y en qué puedo yo aportar? Porque si de tragarse las noticias se trata, ahí están los brotes de sarna en los campamentos de refugiados rohingyá en Bangladesh, la expansión del Estado Islámico en Malí y Níger, las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales en El Salvador, la emboscada migratoria en el Estadio Nacional de Lima, etc. Un mini doomscrolling que me demuestra los limitados presupuestos de atención y de compromiso emocional que tenemos en esta época. No podemos hablar de todo, sufrir de todo, saber de todo, aunque parezca que tenemos el mundo “en la palma de la mano”. Además, no hay que olvidar que la sociedad hiperconectada en la que vivimos tiene un eje axiológico muy marcado. Hay sufrimientos que importan más que otros, hay realidades más urgentes o “virales” que otras, hay noticias que merecen lamentos colectivos y otras que ni al caso.
Sí, estamos viviendo una época muy jodida y sí, la lógica acelerada del capitalismo nos pone a todos en una carrera sin tregua que, desde luego, se torna individualista (cuando no abiertamente egoísta) a la vuelta de la esquina. Es parte de este sistema rapaz en el que vivimos. Lo que pienso que podría ayudar es tomarse en serio lo de la salud mental al momento de revisar nuestros hábitos de consumo y nuestra relación con ese mundo representado en las redes sociales. Decir que la atención está saqueada supone aceptar que hay una guerra cognitiva en curso. Y ahí hay fuego cruzado.
Si ya sabes que meterte una pizza con chorizo español y orilla de queso con ajo tres noches seguidas te va a mandar a la farmacia o al wáter, ¿qué te hace pensar que pasar horas viendo las obscenidades de Jeff Bezos y las fotos de Ucrania y los carruseles con consejos de mindfulness no te van a dejar con la sensación de que el mundo está cada vez peor?
Tú lo dijiste en una de las entregas y a esa frase me voy a colgar para despedir esta serie: hay existencia más allá de la teleexistencia.
Fue un placer conversar contigo, Rafa.
Rafael Osío Cabrices: El gusto fue mío. A ver cuándo iniciamos otra conversación, pero menos sombría. Hablemos de las ciudades de las que venimos y de las ciudades en las que ahora estamos. ¿Cómo te parece?
Zakarías Zafra: Valencia, Montreal, Barquisimeto, Ciudad de México. Va a ser un viaje muy interesante. Vamos encendiendo motores entonces. Entren, que caben cien.
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Creo que el doomscroling es una versión terriblemente mejorada de lo que antes conocíamos como zapping. Recuerdo estar haciendo tarea de cátedra bolivariana y estar hasta el queque de fechas y eventos y quería descansar de eso, que hacía? Me metía escondido al cuarto (escondido xq a esa hora no era hora para ver tv) y con la tv bien bajita me ponía a pasar tooodos los canales de netuno a ver que llamaba mi atención para ver 5min antes de seguir aprendiendo de cátedra bolivariana, ahora que no hago tarea de cátedra, y que no tengo netuno al alcance, cuando estoy cansado o aburrido que hago? Ver reel tras reel tras reel y por supuesto dar likes, reírme y mandarle a zak todo el contenido tierruo que puedo llegar a alcanzar (que es bastante) para después cruzar palabras con el sobre algún video de raptor House ó de michetti que le envié y le hizo gracias. El escroleo sin parar es una forma intensa, inmersiva y alucinantemente adictiva de procastrinacion moderna para mi. No les pasa?
Solo quiero decir, que me he puesto como premisa que cada vez que entro a TikTok o a IG, necesito tener una intención ¿qué estoy buscando o qué quiero ver?
Esa pregunta, me ha ahorrado horas de consumo desmedido de la mi:&rd@ que hay en redes sociales y ha cuidado mi corazón de las noticias nefastas que están a la orden del día. Tal y como lo dijo Rafa: yo ya no consumo lo que siento que sobrepasa mi límite de acción. O por lo menos cada día procuro consumirlo menos.
Un abrazo a los dos, que placer intelectual leerlos.