Hablando se entiende el presente: Autoexplotación
En esta entrega de Inteligencia Natural, la tercera de la serie en colaboración con el newsletter Cósimo, hablaremos de autoexplotación, salud mental y las trampas de la autorrealización capitalista.
La realidad cambia muy rápido y con ella nos llueven ideas y términos que tenemos que empezar a comprender. Con este experimento de conversación, Zakarías Zafra (autor del newsletter Inteligencia Natural) y Rafael Osío Cabrices (curador del newsletter Cósimo) juntan sus incertidumbres para acercarse a esos conceptos emergentes y ampliar la plática.
AUTOEXPLOTACIÓN. “El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo. De esta manera, no está sometido a nadie, mejor dicho, sólo a sí mismo. En este sentido, se diferencia del sujeto de obediencia. La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan. Así, el sujeto de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación”.
Byung-Chul Han. La sociedad del cansancio
Zakarías Zafra: Empiezo esta nueva ronda del jaleo con un término francamente espeluznante que tiene que ver con la manera en que nos relacionamos con conceptos como hiperproductividad, realización profesional, suficiencia, subordinación, pero en el terreno de la individualidad. Es decir, de uno mismo como estructura de poder y sujeto oprimido. Si antes éramos explotados por estructuras injustas, desiguales, centradas en el beneficio económico a partir de la explotación de los cuerpos, ahora le metemos una selfie al problema y nos convertimos a nosotros mismos en esos agentes opresores que viven entre la insuficiencia, el deseo desmedido, la urgencia de lograr y ganar más, y de encontrar la “mejor versión” propia no para conquistar un estilo de vida más tranquilo y acaso abundante, sino para extraerle todavía más rendimientos (económicos, sociales, emocionales, psíquicos) a ese yo explotado que está al servicio de nuestra más alta realización.
Pongo el dedo en la llaga con una pregunta directa, bañada de cierto sesgo de confirmación: ¿cuántas veces al día te sientes flojo, poco esforzado, tipo “no estoy dando el 100% en esto” y qué haces para mitigarlo?
Rafael Osío Cabrices: Creo que se me va un montón de energía mental y tal vez física en flagelarme con “no estoy dando la talla”, “no estoy dando lo suficiente”, “tengo que hacer mucho más”, “tengo que cambiar”. Y cuando pienso, a las 2 am, en que debo descansar en vez de estar rumiando problemas que en ese momento soy incapaz de resolver, eso también se convierte en flagelación, en un nudo más para el látigo: “debería estar cargándome de energía en vez de estar torturándome por mi bajo desempeño”. Llevo tanto tiempo atrapado en eso que ya no recuerdo cómo era antes de la emigración, la pandemia y la devastación de la economía profesional en la que me formé. Tiendo a pensar que estoy solo en esto, pero no es así. Y creo que mi autoexplotación es más psíquica que real. No es tanto que no me permito casi momentos de ocio, porque hasta lo que veo en Netflix suele tener que ver con algún proyecto o intento de proyecto creativo o profesional, sino que no me permito ningún momento de paz conmigo mismo. Soy mi propio capataz, y soy implacable, aunque si en algún momento no me esté moviendo en la línea de producción, es por agotamiento o porque no sé qué más hacer.
¿Cómo se ve desde tu lado, que tienes un background distinto al mío y unos cuantos años menos, y cómo lo ve la gente de tu edad y tu formación?
Zakarías Zafra: Creo que lo interesante (y lo aterrador) está precisamente en que la autoexplotación es una conducta y un síntoma muy marcado en la sociedad contemporánea, sin importar demasiado las edades y los oficios. Siempre se nos está exigiendo dar más y rendir más, no desde el mandato clásico de la excelencia, sino de la productividad: ser capaces de hacer más cosas en un tiempo mucho más acelerado y comprimido que antes. Se supone que deberíamos estar disfrutando de los beneficios de esa carrera, pero la proporción de lo que falta por ganar y por lograr es todavía muy grande. Y ahí está el sinsentido de todo esto, que además de capitalista puede tornarse inhumano, porque empezamos a concebirnos como meros objetos de producción, casi máquinas, al servicio de algo que siempre está más allá.
La paternidad y un montón de horas de psicoanálisis me han ayudado a salirme un poco de ese ciclo perverso de hacer más para ganar más y permitirme querer más, para lo cual tendré que hacer más otra vez. Pareciera que no hay un propósito mayor detrás de esto, sino un ciclo de gratificación, acumulación y castigo. Y es 100% psíquico y corporal, porque aunque no hagas ningún acto material, estás habitando un cuerpo consumido por la ansiedad y el cansancio. Creo que la zona gris en la que estamos metidos es la exigencia básica de la producción cultural y artística (calidad, rigor, excelencia, etc.) versus los ideales de productividad, rendimiento, rapidez, de esta época que nos tocó vivir. Es ahí, creo, donde las presiones económicas se mezclan con tiranías superyoicas bien terribles.
Pero, a ver: tu hija tiene 10 años. ¿Qué le dirías hoy con respecto a esto? ¿Cómo manejas o manejarías el balance entre exigencia, producción, descanso, resultados, respeto al proceso, etc., al momento de “evaluar su desempeño”? (me salió una frase guácala de teoría administrativa, pero creo que al final encaja). Ser padre es también ejercer una voz de autoridad y ahí podrían esconderse algunas claves para entender la forma de dirigirnos a nosotros mismos.
Esta es la tercera entrega de una serie de conversaciones en colaboración con el Newsletter Cósimo. En la primera, hablamos del proletariado cognitivo y los dilemas del trabajo mental esforzado en pleno capitalismo cibernético. En la segunda, conversamos sobre los algoritmos, las cámaras de ecos y los retos de la libertad teleexistencial.
Si te perdiste alguna o las dos, puedes ponerte al día aquí:
Rafael Osío Cabrices: Con nuestra hija, lo que hacemos es enseñar con el ejemplo, los dos, y tratar de enseñarle que:
el tiempo se divide en responsabilidades y placeres, y todo eso merece atención
uno tiene que tratar de hacer las cosas bien, pero la perfección no existe
es bueno salir bien en la escuela, pero no es necesario sacar la mejor nota ni la nota perfecta
uno tiene que tratar de ser mejor, pero también se puede equivocar.
Nuestra chama tiene ya una tendencia, suya, a exigirse demasiado y castigarse si no logra lo que quiere. Y eso nos preocupa. Otra cosa que intentamos enseñarle es que la salud mental y el bienestar psíquico son tan importantes como cualquier otra exigencia académica o laboral, o cualquier necesidad física. Que uno tiene que alimentarse el corazón como se alimenta la mente y el estómago. En esto su mamá es mejor que yo. A mí me cuesta más porque tiendo a ser muy racional y porque me doy poco permiso para estar contento o satisfecho. Y ahí te lanzo otra pregunta: ¿cómo se permite uno mismo exigirse progresar como individuo, y al mismo tiempo parar y decir, okey, ahorita me voy a tomar esta cervecita y la voy a disfrutar, ahorita no voy a pensar en que no tengo ni un bolívar ahorrado para mi vejez y voy a disfrutar de este ragú alla bolognese?
Zakarías Zafra: Sospecho que desde el permiso. Creo que en esa palabra, “permitirse”, radica la posible emancipación de todo esto. Porque, si te pones a ver, este sistema capitalista rapaz en el que vivimos es en el fondo cero permisivo. ¿O tú crees que los rankings de los más bellos, los más ricos, los más brillantes, los más-los más, no te sitúa en una escalera empinada en la cual tienes que trepar sí o sí bajo la premisa de la autorrealización, que no es otra cosa que el deber de ser el mejor en? Porque tú y yo nacimos (y aquí me centro en la cultura venezolana, porque no sé si esto se tradujo igual en el resto de América Latina) bajo la frase aquella de la meritocracia posfordista: “si usted va a ser barrendero, tiene que ser el mejor barrendero del mundo”. Para nuestros padres, la puntica de la pirámide de Maslow no era la conquista del deseo, sino la colonización del ideal. Esa promesa, cómo no, se cayó a pedazos en la primera década de este siglo, pero se quedó funcionando como dispositivo de control que se volvió a instalar con el capitalismo cibernético. Ahora no sólo tengo que ser el mejor barrendero del mundo, sino el más querido, el más compartido, el barrendero viral.
Detengo el tren de amargura de este comentario volviendo a la idea del permiso: permitirse la pausa, permitirse el error, permitirse incluso el no querer. Y para esto hay que pintarle una puñeta al coco de la mediocridad: el progreso individual no es esa elíptica trepadora que nos vendieron, donde uno supuestamente se rompe los músculos, quema calorías y logra resultados extraordinarios, sino un paso a paso equívoco, lleno de curvas (incluso bucles) donde hay que detenerse, equivocarse y volver a caminar con lo aprendido. Y para eso hay que vivir más en el presente (es decir, en esa cerveza y en ese ragú alla bolognese) y no en la promesa de un futuro “exitoso” –o aterrador, según nos puye el pesimismo del momento– que no te deja vivir plenamente tus procesos, ni enredado en las promesas fallidas del pasado, que te van a venir a espantar apenas te descuides.
No sé. Vamos a permitirnos cerrar esta vaina con algo de alegría. Creo que hacer consciencia de esto, saber que tiene mucho más que ver con la salud mental, con cómo nos relacionamos con nosotros mismos, que con los parámetros de éxito-fracaso que impone la cultura contemporánea, es liberador y esperanzador. ¿No crees?
(No te permito un “no” como respuesta).
Rafael Osío Cabrices: Sí creo. Suelo recordarme a mí mismo algo que es un cliché pero es cierto: que por estar pensando tanto en el futuro no vivo el presente, no lo saboreo. No me pasa con el ragú pero sí con otras cosas. Y ante eso, he empezado a hacer ejercicios de presente. Así como hago ejercicios con el cuerpo y salgo a caminar, así como trato de comer saludable, me pongo a vivir pequeñas grandes cosas que tengo delante. Debería hacerlo más, debería meditar, de hecho, pero por el momento lo poco que hago me funciona. En agosto estaba en casa de mi hermana en Florida y me sentaba en el patio, solo, a no hacer nada. A ver el cielo. Un cielo suntuoso, con esos cúmulos dramáticos llenos de mar evaporado, soliviantados por el calorón. Sólo eso, ver el cielo, las nubes mutar, uno que otro pájaro atravesándolo, y en la noche, los cohetes de Elon Musk como un presagio que uno interpreta como quiere.
Y fue muy bueno.
Vuelvo en dos semanas con otra pregunta para ti.
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En relación al modelo conocido por nuestros padres (soy modelo 87 con motor original) sobre la realización personal y profesional, ¿Cómo han afrontado la diferencia de concepto alrededor de la propiedad como un marcador fehaciente de éxito? ¿Se han sentido más pelabola de lo que ya somos por no vivir en una casa o apartamento propio? ¿Les hace sentir incompletos vivir alquilados?