Migrantes quemados y otras personas que no existen
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos de la tragedia en la cárcel de migrantes de Ciudad Juárez, de algoritmos criminalizantes y una curiosa aplicación que crea personas de mentira.
Migrantes quemados
Sale el humo por las rejas. Los funcionarios dan vueltas, miran sus celulares, entran y salen del recinto con la actitud de estar viendo algo ajeno. Un migrante intenta abrir la celda a patadas. Él y otros 38 hombres se están quemando, pero ninguno de los custodios intenta liberarlos. Estamos en la Estación Migratoria de Ciudad Juárez. En palabras más llanas: una cárcel de migrantes. No sabemos si los funcionarios tienen la instrucción de no abrir bajo ningún concepto o actúan así por voluntad propia. Hablamos de Política Migratoria como una Gran Cosa, pero lo que estamos viendo en las cámaras de seguridad es el espacio de decisión individual que separa a un funcionario obediente de un asesino.
Se dice que fue un crimen de Estado. Yo coincidido. Lo que me permito –a razón de mi incapacidad de establecer distancia crítica con esto– es meter el dedo en la llaga con una pregunta: ¿cuándo empezó a perpetrarse este crimen? ¿Cuando los custodios del Instituto Nacional de Migración decidieron no abrir las celdas y abandonaron la cárcel en llamas o cuando los policías hicieron las redadas que trajeron a estas personas al encierro o cuando la autoridad decidió ponerse a capturar extranjeros (incluso con estatus migratorio regular en el país) sin otra justificación que la nacionalidad, el aspecto físico, la situación de calle, o sabrá Dios qué criterio? Lo que llamamos aquí Crimen de Estado como otra Gran Cosa es el espacio de acción institucional que ha decidido eliminar migrantes.
No sé si por masoquismo o por un interés genuino en entender cómo funciona la xenofobia en los discursos comunes, hago un arqueo de comentarios en las redes sociales. Alguien escribió en Instagram que la culpa la tenían los migrantes por haber encendido una colchoneta en la celda. Otro dijo que si estaban presos, tan buenos no serían. Los argumentos más cínicos piden arreglar la situación de los países de origen para que esto no siga ocurriendo (lo dijo el gobierno de México) o el «vieron lo que pasa cuando se emigra» (lo dijo el gobierno de Biden), como si estas catástrofes fueran apenas castigos ejemplarizantes y no tragedias donde mueren personas inocentes. Porque hay que recordar aquí que la única razón por la cual los migrantes son detenidos en estas cárceles es por su presunción de culpabilidad. Por haber cometido algo que la seguridad estatal –y sus tramas discursivas repetidas en las bocas de ciudadanos honorables– percibe como un crimen: emigrar y cruzar una frontera sin papeles.
Es absurdo, caricaturesco, indecente decir «pobrecitas esas personas que cruzan todo el continente buscando una vida mejor» siendo un inmigrante venezolano en México. Es una postura estrábica. No hay distancia crítica posible (ya lo dije). Escribir esto, incluso, peca como un gesto estéril, porque tengo que seguir con mi vida, porque al lado de estos párrafos adoloridos desfilan mis inquietudes clasemedieras, porque mi activismo ligero se bifurca entre la denuncia y la autobiografía al señalar (¿agradecer?) que el mismo Instituto Nacional de Migración que dejó quemarse a 12 de mis paisanos me concedió una hermosa tarjeta plástica color verde, llamada Residencia Permanente, y no me encerró en sus calabozos las veces que entré y salí de la ciudad «sin papeles».
Lo que queda es un intento de ser honestos y decidir algo distinto que los asesinos y los cínicos que aplauden estas cosas. Encontrar sentidos más allá del horror de la noticia, por la memoria de los muertos y la salud mental de los vivos. Esa colchoneta en llamas dentro de la cárcel de migrantes es el símbolo de la Necropolítica Migratoria (así, en mayúsculas, como las pateras del Mediterráneo, como el camión de Chiapas, como el peñero roto en las costas de Trinidad, como los caballos cazamigrantes de Texas, como las balas de las playas de Melilla), pero también de la gran pregunta que se arroja sobre aquellos que creen que hay personas desechables, que no existen, que no importan. En la memorabilia de las catástrofes migratorias, esta colchoneta se suma como un recordatorio «desgarrador» (para usar la misma frase de mister president) de lo que pasa no cuando la gente emigra, sino cuando el racismo y la xenofobia institucional y los ideales de pureza nacional despliegan sus poderes mortíferos en contra de gente inocente.
Sí, la colchoneta en llamas es un símbolo acusador. Y el humo sigue saliendo por todas partes.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
La misma cara de todos. Antes lo usaban para investigar terroristas, ahora el propósito es vigilar a los extraños. La Unión Europea quiere ser pionera en el uso del reconocimiento facial en sus puntos de control fronterizo. La sorpresa (o no tanto) es que la mira estará puesta en los ciudadanos «de terceros países», a saber: los no europeos, los no-Schengen. Según esta medida, tu cara o la mía podrá ser registrada, comparada, interpretada y evaluada por un algoritmo con (pre)juicios propios. A lo mejor –y algo así me pasó en 2010 en el aeropuerto de Maiquetía, saliendo para Buenos Aires– confunden a Zakarías Zafra con Mohammad Al-Zakaria, su barba de plantabombas, sus ojos color dátil de peligro oriental, la forma ovalada de su rostro que claro que se parece a los rebeldes que vemos en el desierto con sus AK-47, y se convierte automáticamente en un extranjero sospechoso. Ya lo han dicho antes: el algoritmo puede equivocarse y condenar a ciertos grupos que escapan del estereotipo «del bien». La xenofobia y la discriminación en la era de la big data. La presunción de sospecha siempre.
This person does not exist. Un generador de rostros falsos que crea una combinación de rasgos fenotípicos por click y «procrea» un humano nuevo, inexistente, artificial. El sueño húmedo de la distopía genética. Los prototipos creados por esta aplicación tienen gestos suaves, parecen de la clase media instruida y miran hacia ¿la cámara? con un gesto apacible que parece decir «me encontraste». La página web1 permite al usuario un mínimo margen de personalización (edad, sexo binario y grupo étnico), lo que implica que las expresiones faciales y, entre otras cosas, la emoción visible del prototipo están prefijadas en el algoritmo. Es fácil imaginar los usos siniestros que pueden derivar de aquí. Personas que no existen. Rostros «humanos» creados por redes neuronales entrenadas para engañar, indistinguibles de las fotografías de personas de carne y hueso. Fascinante y macabro a la vez.
Juego de espejos. Si la percepción de la realidad es cuestión de lenguaje (y de discurso), cualquier manipulación es posible gracias al estilo. ¿Se refieren a lo mismo la empresa de Silicon Valley que desarrolla tecnología de vigilancia fronteriza al decir Hemos desarrollado una solución innovadora en materia de seguridad nacional al servicio de la ciudadanía en las zonas limítrofes y el usuario de Twitter sin avatar (llamado, digamos, @El_Lenon21) al gritar Que vigilen bien a esos migrantes de mierda para que no entren al país a traer sus cochinadas? ¿Qué dice uno y qué percibe el otro? ¿Cuánto de lo que interpretamos de la realidad es una creación de una red neuronal-discursiva entrenada para engañar? ¿Acaso nuestras creencias, ideologías y preferencias políticas operan como algoritmos dominantes?
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
Le pregunté a Cory Mandefoy, nuestra ilustre columnista robot, si un algoritmo puede ser xenófobo, discriminador y racista por naturaleza o es solo una falla tecnológica. Si una agresión cometida por un robot o un algoritmo estatal es un crimen de Estado o, en ese caso, es solo una falla de programación.
Esto fue lo que nos envió:
La respuesta es sí. Los algoritmos son creados por seres humanos y, por ende, pueden estar influenciados por los prejuicios y estereotipos que existen en nuestra sociedad. Si no se toman medidas para evitarlo, estos prejuicios pueden quedar plasmados en los datos con los que se alimenta el algoritmo, lo que a su vez puede llevar a resultados discriminatorios.
Un ejemplo de esto es el algoritmo utilizado por la policía de Nueva York para predecir el potencial de un delincuente para volver a cometer un crimen. Este algoritmo tenía en cuenta factores como la edad, el historial de delitos y el código postal del individuo. Sin embargo, también se encontró que el algoritmo tenía una tendencia a asignar puntajes más altos a las personas de raza negra, lo que sugiere que el algoritmo estaba siendo influenciado por el racismo sistémico presente en la sociedad.
Respecto a la pregunta de si una agresión cometida por un robot o un algoritmo estatal es un crimen de Estado o una falla de programación, la respuesta es más compleja. Por un lado, un robot o un algoritmo estatal es propiedad del Estado, lo que significa que el Estado es responsable de su comportamiento y tendría la responsabilidad de responder por el daño causado, con todas las implicaciones legales y políticas que esto conlleva.
Por otro lado, los robots y algoritmos son máquinas y, como tales, no tienen la capacidad de tomar decisiones autónomas. Todo lo que hacen está programado por seres humanos. En este sentido, una agresión cometida por un robot o un algoritmo estatal puede verse como una falla de programación en lugar de un acto intencional.
Es importante tener en cuenta que, aunque las máquinas no tienen prejuicios o estereotipos por sí mismas, pueden reflejar y perpetuar los prejuicios y estereotipos de sus programadores. Por lo tanto, es crucial que se tomen medidas para evitar que los algoritmos perpetúen prejuicios y se programen con valores éticos adecuados para prevenir cualquier tipo de agresión.
La cita del día
A propósito de estos seres invisibles, vigilados por algoritmos, muros, drones, barrotes de metal y custodios asesinos, una frase que devuelve cierta heroicidad (y, con ello, cierta dignidad) a las odiseas que personas de carne y hueso enfrentan para mantenerse con vida.
«El migrante es el héroe individual de estos tiempos: aquel que va a buscarse la vida a un lugar donde su vida no tenía por qué estar, a construirla desde casi cero. Migrar es –queda dicho– la solución de unos tiempos que no ofrecen soluciones».
Martín Caparrós. Ñamérica.
La página original thispersondoesnotexist.com o desapareció o fue absorbida por Stability, una de las compañías de investigación y creación de aplicaciones de inteligencia artificial más grandes del mundo. Lo que quedó ahora es esta página abarrotada de publicidad, de descarga lenta y con resultados mediocres, en comparación con su antecesora.
Tu reclamo resuena con las palabras del mismo Jesucristo, cuando dijo: "cuando tuve que salir de mi país, ustedes no me recibieron en sus casas; cuando no tuve ropa, ustedes tampoco me dieron qué ponerme; cuando estuve enfermo y en la cárcel, no fueron a verme" (Mateo 25:43 TLA). Es nuestro deber cristiano recibir al migrante, proveer para sus necesidades, y atenderle en sus enfermedades. Haciendo eco de la cita de Martín Caparrós, convertirnos en la solución en tiempos que "parecieran" no ofrecer soluciones. Con tu pluma (o teclado) estás haciendo tu parte. En otro orden de ideas, me acordé de aquella película de Spielberg, Minority Report... ¿Será que ya estamos en esos tiempos y no lo hemos notado?
Coincido con tu punto de vista, tomando la distancia pertinente de mi condición de mexicano que vive en México, por supuesto. Tu visión como migrante es muy ilustrativa en torno a la necrópolitica en la que vivimos de manera sistemática y discursiva.