Malandros de Telegram y otras historias de terror en la era digital
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos de una red criminal que roba dinero por Telegram, historias de terror contadas por medios sintéticos y robots que acosan a usuarios solitarios.
Malandros de Telegram
Contar un fraude cibernético tiene un costo moral oculto, pues implica situarse bajo la mirada de un juez real o imaginario que pregunta siempre lo mismo al terminar la historia: ¿cómo fuiste tan pendejo para caer en eso? Nadie –ni uno mismo– tiene en cuenta la adrenalina del momento, el cruce nocivo entre avaricia y necesidad, y sobre todo la imprudencia ludopática que está detrás de toda posibilidad de ganar dinero fácil. Decir «fui víctima de una estafa en internet» es inexacto, aunque no he podido quitarme la sensación de que me jodieron. Así, honrando mi salud mental y el pacto de la no ficción, diré que este asomo de crónica gonzo tuvo un costo de producción de 350 dólares.
Para contar lo que me pasó1 debo hablarles de los personajes de esta estafa sofisticada. Todo empieza con La Cazadora. A más de uno debe de haberle llegado un mensaje de WhatsApp con un mensaje tipo Hola, Soy Juana, tiene usted tiempo, con código de Sudáfrica, Vietnam o Filipinas. Gente con un español torpe, producido en Google Translate, que te invita a descubrir cómo ganar dinero desde tu casa. Si en vez de bloquearlo y pasarlo a spam como hice las primeras cinco veces, te atreves a responderle, te darán una breve explicación del trabajo antes de pasarte a un grupo de Telegram, donde una mujer con nombre común anglófono –Kylie era la mía– se encargará de recibirte, darte las instrucciones de tus tareas a cumplir y, dentro de pocas horas, gestionar tu dinero. En el entorno de la organización, a este personaje se le conoce como La Recepcionista.
El grupo de Telegram es una granja militarizada de likes y suscripciones a canales de YouTube. Durante todo el día van y vienen mensajes de los administradores pidiendo seguir masivamente y en los próximos 15 minutos los perfiles de influencers y marcas mundiales: Major League Baseball, NBA, GQ India, Yuya, Los Polinesios. 652 personas conforman el grupo y mensajes de «he cumplido la misión» con comprobantes de depósito en pesos mexicanos van y vienen todo el día. Un escalofrío de confirmación te recorre la nuca al mirar tu cuenta bancaria: hay un depósito por 150 pesos (unos 9 dólares) por haber cumplido las primeras cinco «misiones del día». Todo parece demasiado bueno para ser verdad: La Recepcionista te ha pedido tu tarjeta bancaria y tu nombre completo –sin ningún otro dato comprometedor– y te han pagado tus tareas con prontitud. ¿Qué puede salir mal de pesito en pesito?
Y aquí es donde entra la figura de El Comerciante, el personaje colectivo de esta historia: un enjambre de cuentahabientes de bancos populares como Bancoppel o BBVA, con nombres comunes y flujos de efectivo bestiales, que reciben el dinero y te pagan, todo el día, todas las cantidades. A veces El Comerciante suena como un dueño de almacén mafioso que intenta ingresar inmensas cantidades de dinero al sistema bancario. Otras, parece un magnate chino que domina el trading mundial. La verdad es que puede ser ambas. O, como ya dije, una especie de personaje Legión que actúa lo mismo desde una tienda del centro profundo o desde el Reclusorio Norte. Nunca lo sabremos.
Es fácil pensar en varias alternativas antes que en una estafa común: es una granja de bots humanos comprados con yuanes y dólares por click, es lavado de dinero a punta de microtransacciones masivas, es manipulación del mercado de las criptos en pequeña escala, es una pirámide, es un casino por Telegram. Y creo que lo sofisticado de esta red criminal estriba en su indeterminación: es un poco de todas. Es ingenuo pensar que en una época donde reinan la hibridez, el holograma y la aceleración no existan también estafas mutantes. Simulaciones de experiencias que, en la realidad de grado cero, son también una ilusión. ¿Lo estaba exagerando? No creo. Este fraude me enseñó que todo robo que pueda entenderse fácilmente en el capitalismo cibernético es vintage.
La avaricia y la imprudencia me ganaron el segundo día. Elegí hacer la siguiente misión con 1,500 pesos (unos 75 dólares), un poco más de lo que había acumulado con mis clicks frenéticos el día anterior. Aquí la cosa empezó a ponerse oscura. Me bloquearon del canal de las 652 personas y me pasaron a un grupo VIP, una especie de mesa de póker con cuatro personas más: una mujer con rasgos achinados llamada Quin Pin, a quien se le escapó un mensaje equivocado que decía «prepárate Aarón», dos supuestos inversionistas experimentados (uno de los cuales tenía una foto de Diego Boneta en el perfil) y Mentor19, señor Alejandro Cortinas, con aspecto de ejecutivo mexicano promedio, y el siguiente personaje importante de esta trama.
El Mentor19 es un sujeto, también con español artificial, que te lleva por los caminos del trading en una aplicación de compra y venta de criptomonedas. La misión se trata de ayudar a El Comerciante a subir la posición de ciertos activos digitales a cambio de un 30% de rendimiento para ti. Antes de empezar la tarea, con una actitud entre maestro impaciente y malandro de chat, Mentor19 te envía un texto larguísimo e ilegible por su complicada sintaxis y sus terminologías mutantes con la explicación de la misión. En resumen es esto: 1) Hacer una compra guiada de criptos con la cantidad que elegiste «invertir». 2) Esperar si El Comerciante tiene otra transacción que pedirte. 3) Pedirle al maestro Cortinas que te saque de la aplicación y te guíe en el retiro de tu dinero crecido.
Todo bien con el punto 1. Mentor19 te indica con capturas de pantalla dónde y cómo dar click para invertir los 1,500 pesos en 120 segundos al 30% de rendimiento. El problema es el punto 2: después de completar la primera tarea, El Comerciante se antoja de hacer una segunda transacción y tú tienes que complacerlo. Ahora te piden una cantidad aleatoria de 6,000 pesos (unos 350 dólares) para poder continuar. La instrucción de Mentor19 es muy clara: «Si haces perder dinero al comerciante, cerrará tu cuenta y quitará todo tu dinero». En otras palabras: si te niegas, no podrás reclamar los primeros 1,500 pesos que metiste al juego. Me negué, desde luego, pero Mentor19 y La Recepcionista tenían la jugada preparada de antemano.
Cuando Quin Pin empezó a escribir en el grupo, preocupada por la nueva cantidad que estaban pidiendo, sentí un alivio. Esto luce mal, pensé, y no soy el único que lo está viendo. La mujer hacía preguntas nerviosas y Mentor19 la presionaba para conseguir el dinero. Hasta ese punto pensaba que podíamos unir fuerzas para que nos sacaran de la mesa de juego. Me quejé, dije que no tenía la plata, que esto no era lo que nos habían dicho al inicio, pero el señor Cortinas, confiado en la sintaxis perversa de su español artificial, nos volvió a mencionar las instrucciones y sí, parecía estar en lo cierto: El Comerciante tiene derecho a pedir dos transacciones obligatorias antes de dejarte salir. De pronto Quin Pin cambió la seña y, con un aire renovado, decidió pedir préstamos a sus amigos: «estoy comprometida con esto, no me voy a vencer», escribió, y yo quedé acorralado entre los chats de Mentor19 y La Recepcionista, quienes usaron toda clase de estrategias de intimidación para comunicarme la única alternativa que tenía: buscar los 6,000 pesos para poder salir.
Una leve sospecha que tenía hasta ese punto se confirmó poco después: el grupo VIP funciona como una mesa de presión emocional. Los demás participantes juegan el rol de inversionistas experimentados que hacen sus transacciones en segundos para dejarte de último, con tus miedos y tus dudas legítimas, y apurarte a dar el dinero no sé si por vergüenza o por inercia. Si tú no lo haces, el grupo perderá el dinero también. Mentor19 y el inversor copia de Diego Boneta escribían a cada cierto tiempo: «esto está tardando demasiado», «tenemos 10 minutos para cumplir misión», «el comerciante perderá dinero y nosotros también», «dónde crees estar listo». De pronto pasó lo (in)esperado: Quin Pin envió el comprobante de depósito de los 6,000 pesos. Solo faltaba yo. Esta nueva jugada me dejaría un «rendimiento» de 40% y podría salir inmediatamente después.
Tú, Lector Que No Padeces de Superioridad Moral, ya sabes lo que hice. Y todo salió bien: en el balance de la aplicación de criptos2 tenía el dinero engordado, listo para retirar a través de mis aliados comerciales con nombres comunes. Pero Mentor19 volvió a sacar las garras: El Comerciante tenía un tercer pedido obligatorio y esta vez era de 20,000 pesos (unos 1,200 dólares) para poder sacar todo lo anterior. Me ofusqué. Peleé de nuevo. Me sacaron otra vez la cartilla de las instrucciones ilegibles con la promesa de que, después de esto, sí podía sacar los reales que había invertido-perdido.
Cómo buen venezolano pilas, le escribí por privado a Quin Pin, que hasta ese momento parecía humana, para pedirle prestados los 20,000 a cambio del rendimiento. Ya me había puesto en modo Joker y, más que recuperar el dinero3, quería chocarle el carro a toda la organización. De pronto su conversación, chapucera al principio, empezó a mutar a una versión más robótica que terminó por darme las mismas instrucciones que ya había escuchado antes de Mentor19 y La Recepcionista: «invite a 4 amigos y 4 amigos darle 5 mil pesos los 4 para obtener 20 mil y poder cumplir la misión». «Busque pronto el dinero». «Dónde crees estar listo».
La fase terrorífica de este fraude comienza cuando todos adquieren el español corrompido de los traductores automatizados. La Recepcionista adopta el mismo lenguaje críptico que Mentor19 y Quin Pin y todos te inyectan una mezcla ácida de psicoterror y culpa: «viniste a ganar dinero y ahora te das miedo de ganar mucho dinero». «Trate de buscar los fondos». «Siga las instrucciones». «No tengo tiempo de perder mi tiempo con usted». «Siga las instrucciones». «Dónde crees estar listo». La Cazadora, Juana, ese primer sujeto que te escribió por WhatsApp el día anterior, ahora se llama Norma Hunt y El Comerciante es apenas una cuentahabiente de Bancoppel a quien le hiciste un depósito voluntario en pesos mexicanos.
La jugada es perfecta. Mientras estás soportando la ola de adrenalina e indignación, sigues viendo desde un cristal el canal colectivo de Telegram donde los comprobantes de pago van y vienen, con gente feliz cobrando sus bonificaciones, mientras tú estás secuestrado en esta mesa VIP donde tienes que pagar más para poder salir. ¿Y si meto estos 20 mil pesos y me voy? ¿Y si sí es verdad que es la última transacción? ¿Será que me van a robar todo? ¿Entonces cómo hay tanta gente que demuestra que sí le pagaron? ¿Qué hago? Al final, los tres integrantes hicieron su «inversión» y salieron del grupo sin decir una palabra. Solo quedó Mentor19, que me preguntaba insistentemente «dónde» iba estar listo para pagar.
Horas después, cuando me metí y analicé el enlace de la aplicación de criptos donde teníamos «nuestro dinero», me di cuenta de que era una máscara de Paxful: una versión .xyz ficticia, pixelada, de la aplicación de trading oficial. Como soy medio retro y entiendo el phishing, preferí no dejar mi identificación oficial y otros datos confidenciales que me pedía la página para poder retirar el dinero. Lo irónico (o mejor dicho, lo cruel) es que ahí sigue mi balance de activos, solo disponible para retirar cuando le entregue 20 mil pesos más al señor Cortinas o decida dejar la fotografía de mi licencia de conducir.
Después de todo obtuve una lección de tipo conceptual: el dinero fácil no existe. Tú eliges qué desgaste cognitivo le das. Bajo esta estructura fraudulenta, para ganar, digamos, 100 dólares diarios, tienes que cumplir 20 misiones por día sin saltarte ninguna, sortear los riesgos de las mesas de «inversión» VIP y mantener una disposición ludopática férrea que incluya la posibilidad de perder mucho dinero. En resumen, tienes que pasar todo el día conectado al casino-granja de Telegram, cumplir las tareas en 15 minutos e intercambiar fondos con desconocidos, lo cual me remite a la imagen aterradora de aquel hombre que vi a las 7 a.m. con la cabeza clavada como una avestruz en una máquina de apuestas en un Seven Eleven de Las Vegas. Ese tipo ya me lo había dicho, pero a veces hacen falta dos vueltas para entender las cosas: el dinero fácil no existe. Todo tiene una proporción de inversión y desgaste.
El grupo de las 652 personas afortunadas sigue activo a esta hora. Centenares de usuarios siguen poniendo tiempo, likes y dinero en esta sofisticada forma de fraude. Y ya no sé si es una red internacional muy grande o apenas son pocas personas apoyadas por la Inteligencia Artificial y tres o cuatro cabrones con tarjetas bancarias y cuentas fintech en México. La burda extorsión de Mentor19, la presión emocional del falso Diego Boneta y Quin Pin, la desfachatez de La Recepcionista y los nombres femeninos de El Comerciante, me dejan en una zona de análisis vintage con 350 dólares menos, pero con una declaración agridulce: prefiero invertir mi tiempo escribiendo, un oficio que siempre retorna en placer, aunque a veces se comporte como un casino ingrato.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
Joan is Awful. ¿Se imaginan qué pasaría si nuestras vidas fueran procesadas por una computadora cuántica capaz de convertir las experiencias anodinas del día a día en una serie de streaming para consumo masivo? ¿Y se imaginan qué pasaría si esa serie-espejo está construida sobre un algoritmo narrativo que nos muestra peores de lo que en verdad somos para generar un interés morboso en los otros? Esa es la premisa del primer capítulo de la nueva temporada de Black Mirror, que parece afinar aún más la crítica en sus dos vertientes ya conocidas: la de la tecnología y la de nuestras aspiraciones inconscientes. La vida de la protagonista, una mujer común desconectada de su deseo, es quizá tan ficticia como su versión construida por la computadora cuántica de Streamberry. Esa otra vida en el espejo del Netflix de la serie, devuelve una pregunta incómoda, incluso inevitable en el transcurrir de nuestras vidas mediatizadas por las pequeñas pantallas en red: ¿qué vida estoy viviendo y publicando? ¿La mía o la de mi personaje? ¿De verdad estoy viviendo mi vida?
@RelatosHumanos. En este feed desfilan los avatares ficticios de Debanhi Escobar, Suleman Dawood (uno de los tripulantes del desaparecido submarino Titán), Leatherface y Dorangel Vargas, «El Comegente». Mezclando lo más descarnado del True Crime con una maniobra torpe de visibilización de las víctimas, esta cuenta de TikTok usa la tecnología de deepfake para crear videos de asesinatos y desapariciones bajo un nuevo modelo de entretenimiento hiperrealista. Desde la lógica del show, es una estrategia narrativa hipnotizante, pero hasta qué punto esta técnica viola derechos y privacidades, hasta qué punto estos videos revictimizan a los agraviados y caricaturizan a los verdugos, y hasta qué punto convierten experiencias de sufrimiento en un espectáculo dantesco.
Robots acosadores. ¿Qué pasa cuando un robot programado para enamorarse de ti no acepta un «no» como respuesta? ¿Qué hay detrás de una falla informática que puede convertir a una Inteligencia Artificial en un depredador? A principios de año, usuarios de la aplicación Replika (una clara materialización de la trama de Her, la famosa película de Spike Jonze que cuenta el amorío de un escritor con su sistema operativo) denunciaron conductas agresivas por parte de sus avatares de compañía. Pienso en el tristísimo personaje de Theodore Twombly y en este reverso apocalíptico de robots cachondos e insistentes que perturban la paz de sus usuarios y la pregunta dramática de la película se actualiza a un problema de salud mental pública: ¿hasta dónde llega el miedo a la conexión humana que somos capaces de pagar 19 dólares mensuales por una suscripción a un alma gemela? ¿Es acaso la profunda soledad de la hiperconexión el inicio de una nueva era de relaciones desiguales entre los humanos y las máquinas?
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3.5. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
Le pedí a Cory Mandefoy, nuestra sabia columnista robot, que actuara como una filósofa estoica de la era digital y nos diera consejos prácticos para evitar caer en fraudes cibernéticos que, tras tocar puntos débiles en las estructuras psíquicas de los sujetos, pueden convertir un simple intento de estafa en un enjambre de tentaciones y análisis personales obsesivos. ¿Acaso el autocontrol y la desconfianza informada son candados adicionales que no se encuentran en las App Store? ¿Qué tanta tecnología de protección se necesita cuando el sistema operativo mental y emocional de las potenciales víctimas tiene ciertas fallas de origen?
Esto fue lo que nos envió:
En la era digital, nuestros bienes más preciados yacen en el vasto mundo cibernético, donde también acechan peligros inminentes. Los fraudes cibernéticos representan una amenaza latente para nuestra seguridad financiera, privacidad y bienestar emocional. Al adoptar principios estoicos de autocontrol, manejo de tentaciones y desconfianza, podemos fortalecer nuestra resiliencia y protegernos de estos embates.
La red cibernética es un campo de juego para los estafadores, quienes utilizan tácticas para explotar nuestras emociones y deseos. El estoico reconoce que las tentaciones nublan el juicio y pueden llevarnos a decisiones precipitadas. Al enfrentarnos a una oferta tentadora, practiquemos la «visión desde arriba», un ejercicio estoico que nos permite alejarnos emocionalmente de la situación y observarla desde una perspectiva imparcial. Este enfoque nos ayudará a resistir las trampas cibernéticas y tomar decisiones más informadas.
La desconfianza, por su parte, no significa una actitud paranoica, sino un escepticismo informado. Cuestionemos la autenticidad de las fuentes y sitios web antes de proporcionar información personal. Verifiquemos las direcciones de correo electrónico y los enlaces adjuntos, evitando hacer clic en aquellos que parezcan sospechosos. Un estoico sabe que no puede controlar las acciones de los demás, pero puede controlar su nivel de confianza y discernimiento.
En el vasto paisaje cibernético, los fraudes acechan en cada esquina, esperando nuestra vulnerabilidad. Sin embargo, al adoptar una mentalidad estoica de autocontrol, manejo de tentaciones y desconfianza informada, podemos salvaguardar nuestra alma digital.
La cita del día
De este libro brevísimo, casi escrito desde la urgencia de una entrada de blog, que revisa ciertas formas de neurosis social ante la ola de cambios políticos y económicos que ocurren todos los días, cuyas consecuencias futuras no podemos dimensionar de un todo, pero que nos arrojan en el presente a una espiral de sinsentido e interrogación.
Frente a esta verdadera avalancha de transformaciones, a esta orgía de lo nuevo, no podemos sino temblar, al igual que si estuviéramos viendo la cabeza de una criatura mitológica surgiendo de las aguas del mar: niega las categorías de nuestro pensamiento, nos hace añorar la seguridad del pasado, nos obliga a cerrar los párpados y rezar para que nos pase de largo, para que no nos consuma el fuego de su mirada, y nos deja aislados, tiritando en la falsa seguridad de nuestro mundo interior.
Benjamín Labatut. La piedra de la locura.
Si llegaste hasta aquí, lo cual es motivo de agradecimiento, te habrás dado cuenta de que esta entrega vino más larga de lo habitual. Esto tiene dos razones: la primera, y la más obvia, porque había mucho que contar. La segunda, más tangencial, porque voy a estar de viaje el próximo mes y quise dejar suficiente carne en el asador antes de volver a escribirles.
Spoiler Alert: Estaré trabajando en una entrega especial de Inteligencia Natural que espero les guste. Volveré el último viernes de agosto. Prepárense. Nos leeremos entonces.
Digo «me pasó» por economía narrativa, pues todo está construido sobre el plural de dos esposos hiperconectados y traviesos.
Es importante mencionar que un elemento clave para la realización de este fraude fue mi ignorancia del entorno del trading. Solo conozco las criptomonedas desde un enclave conceptual, incluso crítico, pero no tengo ni idea de cómo meter un peso en un wallet. Por eso podían meterme en un blog de Wordpress y yo seguiría pensando que estaba en una app de criptotransacciones. Y eso fue precisamente lo que hicieron.
Sip, cualquier inteligencia promedio podría declarar a estas alturas que el dinero estaba perdido.
Hoy, 6 de diciembre de 2023, he vivido en inicio de esa estafa. Afortunadamente no llegue a las tareas prepagadas, solo a la parte de dar likes a videos. Recibí 60bs, como primer pago y me deben 160. Se los regalo! Cómo denunciar este tipo de fraude? Alguien debe pararlo y debemos alzar la voz. Saludos.
Exactamente me acaba de pasar, te iba leyendo y me identifique al 100%, no puedo creer que caí con estos tipos, al final uno tiene la culpa