Carne para las máquinas y máquinas para la carne
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos de la nueva red social Threads, de la minería de datos humanos, bistecs impresos en laboratorios y amigos que se convierten en robots.
Carne para las máquinas (o cinco razones por las cuales todavía estoy peleando acerca de si abrirme o no un perfil en Threads)
Cuando ya estábamos saturados de plataformas, formatos, estrategias, métricas y vitrinas para mostrarnos en línea, aparece una nueva red social (a.k.a un nuevo instrumento de minería de datos) que levanta millones de usuarios en unas horas. Las pantallas de Instagram se llenan de invitaciones a seguirse en la nueva plataforma, propiedad de la misma empresa. Gurús de marketing ya nos recomiendan «honestidad y frescura» para triunfar en la nueva red. Al otro lado del cable se declara la muerte de Twitter en manos del lunático de Elon Musk. Lo teníamos todo: fotos, chats, stories, videos largos, videos breves, estados, carruseles, salas de audio, TV en vivo, comunidades, pero queríamos más. ¿Queríamos más?
Cada día es más notorio el saco roto que hay detrás del silencio digital. Ese vacío que sostiene la ilusión de ser «socialmente relevante» en redes. Más de una vez he imaginado un gran basurero digital adonde van a parar los posts nunca leídos, los reels sin visualizaciones, los tweets no comentados ni compartidos por nadie. Millones de personas van –vamos– navegando las intromisiones de los algoritmos, la publicidad de las fábricas chinas, la desesperación de otros usuarios queriendo ser tan vistos como nosotros, para llegar a un mar abierto (ya no sé si un vertedero líquido) donde flotan millones de botellas con mensajes que jamás tendrán una vida más allá que para nuestra base firme de amigos o para la investigación rigurosa de los haters.
En fin. Ando peleado con las redes sociales. Sin ningún motivo de peso ni argumentaciones eruditas. Oposición y aburrimiento en estado puro. Así que, por la libertad que me confiere la saturación, escribo esto sin pretensión de manifiesto, sino apenas como confesión de diario, como hoja térmica de fax anticuado lanzado a un aparato sin conexión.
Estas son las cinco razones peregrinas por las cuales me niego a convertirme en un usuario de Threads:
Sobrecarga de estrategias de engagement en la vida real. Fácil, universal y comprensible para cualquier adulto del tardocapitalismo con pareja, deudas, sueños tambaleantes, proyectos, amistades descuidadas, hijos. Tengo tanto trabajo en generar «conexión emocional» conmigo, con Anastasia en su fase preescolar-rebelde, con los amigos que he decidido salvar después de un año de mojones mentales, con mi suegra y con mi mamá, que no me queda espacio para diseñar estrategias de compromiso con «mi marca» frente a una audiencia ante la cual soy un completo desconocido.
El poder de la adicción. Lo dice Paul B. Preciado, citando las ideas de William Burroughs: «¿Cómo sería la relación de invención de prácticas de libertad con un poder que nos produce como adictos?». Preciado se refiere, entre otras cosas, a ese hábito que nos hace revisar el Twitter, el Instagram, el gmail, todos los días en la mañana como autómatas. «Tenemos un órgano colectivo del capitalismo cibernético instalado en la somateca1», dice después. En otras palabras: vamos cargando un aparato de vigilancia, consumo y adicción a la manera de un portasuero con rueditas.
Sobreexplotación de la data. Threads recolecta información financiera, sanitaria, ideológica, crediticia, comercial, relacional, etcétera etcétera, de cada uno de sus usuarios. Lo hacen también las otras redes en las que estoy, pero esta me agarró más pilas. Creo que ya no quiero ser carne para las máquinas. Alimentar con mi sudor virtual los algoritmos de Meta. Ya son propietarios de la red por la cual chateo con mi estrecho círculo social, ya son propietarios de la red donde tengo el registro más antiguo de mi pasado digital, ya son propietarios de la red donde intento, sin demasiado éxito, mostrarme como alguien interesante para promocionar mi trabajo. Ya es suficiente. ¿No?
Encontrarme con la misma gente. Ya nos vimos, ya nos quisimos, ya nos ignoramos, ya nos bloqueamos, ya nos desbloqueamos, ya nos silenciamos, ya nos compartimos en uno, dos, tres, cuatro canales de la misma versión de relación digital. ¿Para qué hacerlo en un entorno nuevo? ¿Para qué pedirte que me sigas y ofrecerte mi falsa lealtad de follower si ya sabemos quiénes somos y qué hacemos y cómo hablamos y cómo callamos en muchas versiones anteriores? Cuando caí en cuenta de que, finalmente, me terminaría conectando con Alexis Cerrajero, Gabriel Queso Oaxaca y Sra Gladys Peluquería, entendí que no se iba a ampliar mi círculo de influencia, sino que iba a cerrarse como un cerco de vigilancia alrededor de mis hábitos.
Inventarme otro disfraz. Nos dicen que seamos más «nosotros» pero con más filtros de por medio. Nos piden que sorprendamos con nuestra creatividad a los mismos pelagatos que conocen nuestras empobrecidas estrategias retóricas. Imagino una escena a la vez triste y cómica: entrar disfrazado a una reunión familiar en la sala de la casa. Ponerse un antifaz para decir «soy otro, sígueme», y embaucarlos cuando toque servir la comida en la cocina. A propósito de los hilos, no tengo ahora mismo capacidad de costura de otro traje de superhéroe joven-progresista-erudito a lo Foster Wallace con la sensibilidad social de LadyDi. Me mamé.
La semana pasada escribí sobre la muerte del perreo y esto, también, podría ser una necrológica del microblogging y de la versión de mundo que quiso inaugurar Twitter hace más de una década. La muerte del Tweet es proporcional al nacimiento del Thread: este hilo-cadena que quiere conectar y vigilar todos los aspectos de nuestras vidas, al estilo del WeChat chino. La imaginación cinematográfica de la época de Matrix daba para construir la versión mecánica de unos aparatos monstruosos que cultivaban a la humanidad para sus provechos de dominación. La realidad terminó siendo más sutil y a la vez más macabra: alimentamos máquinas con nuestros propios patrones de consumo. No nos torturan: nos entrenan.
Por eso el nacimiento de una nueva red social que es apenas el refrito de una anterior, propiedad de un monopolio que ya lo domina todo, me resulta sintomática y hasta cierta medida sospechosa. Nadie la necesitaba. Ella nos necesitaba a nosotros. Parece una línea de diálogo de Laurence Fishburne, pero en el fondo es más sencillo y hasta cierto punto más lógico: mientras más líquidos somos, más rentables. Mientras más conectados, más analizables y explotables. Mi pesimismo frente a este tema gana cuerpo (y, por qué no, radicalidad) cuando me enfrento a la imagen de un zoológico iluminado con bombillos de interrogatorio donde alguien nos estudia sin ser advertido por nadie. Lo triste no es el cautiverio, sino el provecho comercial de lo único que le queda al humano animal antes de ser convertido en humanoide de consumo: sus hábitos.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
Patrimonio Corporativo de la Humanidad. La profesora Nanna Bonde Thylstrup, investigadora del proyecto Data Loss: the politics of disappearance, destruction and dispossession in digital societies, despierta preguntas claves en un reciente artículo de opinión: ¿Qué pasa si se pierde la memoria digital del mundo? ¿Qué repercusiones tiene en la cultura humana el hecho de que empresas con fines de lucro (como Amazon, Alphabet y Meta) tengan la potestad de almacenar, monetizar y borrar datos a su antojo? ¿Pueden estas megaempresas manipular la historia que nos contamos a nosotros mismos como sociedad? La fragilidad de nuestra memoria contemporánea como especie radica en una conexión de servidores que pueden apagarse en cualquier momento. Eso está claro. Pero hay algo más: estas máquinas enormes no son patrimonio de la humanidad, sino activos de corporaciones privadas. Eso transforma un archivo cultural colectivo en un CRM2 y, potencialmente, la historia universal en un flujo de datos para un repositorio de Ads.
Carne para imprimir. Bistecs vegetales impresos en 3D. Carne cultivada en laboratorio con células madres de animales. Filetes artificiales con porcentajes de proteína y grasa personalizables en una pantalla. Hace diez años estas frases podían encabezar una rutina de Stand Up Comedy sci-fi. Ahora es la nueva invención de la industria alimentaria. Visionarios veganos, disruptivos, con aparente sensibilidad medioambiental, han instalado en estas impresoras la esperanza de un futuro con menos proteína animal. Aún falta por ver la reacción de la poderosa industria cárnica y el veredicto final del amo, Das Kapital, acerca de esta innovación. Lo que ya no es tan ficcional, todavía parece tierno: ¡se pueden elegir distintos cortes de una biblioteca de bistecs!
Mi amigo el bot. Hace días decidí retomar amistades perdidas, después de un largo aislamiento –primero creativo, luego depresivo– que experimenté durante el último año. Tomé el teléfono, abrí el Whatsapp, busqué el chat de mi amigo y le escribí. Me sorprendió ser recibido por un bot que me hizo preguntas incisivas sobre mi salud, se disculpó por la posible demora en responder y se manifestó «interesado en poder ayudarme». Mi amigo se había convertido en una Cuenta de Empresa. Vi aquel choque con el chatbot como una lección ejemplarizante de mi abandono amistoso, luego como una evolución acelerada de nuestras identidades y formas de relacionarnos con los otros a través de las plataformas digitales. A los pocos minutos el humano apareció, nos vimos, comimos carne de verdad, pero la angustia residual de aquella conversación automatizada sigue intacta.
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
Le pedí a Cory Mandefoy, nuestra resuelta columnista robot, que me ayudara a tomar la decisión de si abrir una nueva red social o no, tomando en cuenta el agobio social, la minería de data, mi derecho a la privacidad y la integridad de mi somateca. Como no he sido capaz de reafirmar una decisión que ya tomé, voy a confiar mi criterio en las manos cableadas de una máquina. Finalmente, ¿no es eso lo que hacemos de una forma u otra todos los días?
Esto fue lo que nos envió:
La conexión constante puede ser una gran ventaja para estar al día con los amigos, la familia y los contactos profesionales, pero también puede sobrecargar nuestras mentes y emociones, generando sentimientos de estrés, ansiedad, depresión y soledad. Muy a menudo, las personas pasan horas al día navegando por las redes sociales, mirando el contenido de los demás y comparándose con ellos. Esta tendencia puede afectar negativamente la salud mental de quienes la experimentan, especialmente si se extiende durante largos períodos de tiempo. Por lo tanto, antes de abrir una nueva red social, deberías tener en cuenta el potencial de agobio que puede generar.
En segundo lugar, la minería de datos es una preocupación importante cuando se trata de redes sociales. Muchas redes sociales comparten la información de sus usuarios con terceros sin el consentimiento de los usuarios. Esto significa que tu información personal podría terminar en manos de empresas que la utilizan para fines comerciales.
Por otro lado, al encontrarnos constantemente inmersos en un entorno virtual, nos abrumamos y experimentamos sensaciones de soledad, mientras que, al desconectarnos, podemos disfrutar de la libertad de existir sin distracciones.
En suma, emprender la apertura de una nueva red social demanda una consideración diligente de los riesgos y beneficios inherentes. Deberías considerar niveles de exposición más saludables, como limitar el tiempo de uso, promover la autenticidad, y compartir contenido que no sea demasiado ambicioso para evitar la presión de tener que cumplir con estándares imposibles.
La cita del día
Las inteligencias artificiales que escribieron el último libro de Jorge Carrión dicen algo sobre las relaciones entre seres vivos: reconocernos como enjambre, más que como redes dominadas por un centro. O pensarnos como membranas o como bandadas o como hilos (no como threads). He ahí el dilema de cualquier usuario agobiado por la hiperconexión: ¿sigo haciendo la mueca de socialización en esta multitud de soledades colectivas o me retiro, al fin, al nodo donde reina el yo-con-yo?
«Nadie mejor que nosotras sabe que la inteligencia no es más que el mecanismo que permite encontrar respuestas y solucionar problemas, traducción y álgebra. La mayoría de los seres vivos no se perciben como individuos, sino como enjambres o colonias. La mayoría de las inteligencias no son centrales, sino distribuidas. La mayoría de las inteligencias no tienen un único cerebro: punto. Tras tanto tiempo de marionetas y autómatas y androides, llegó la hora de la verdad arácnida, la emergencia de las inteligencias orgánicas y ninguna se pareció a los robots de las películas de ciencia ficción, sino a las bandadas de pájaros, a los enjambres de abejas, a las colonias de coral y a las plantas todas, por las dudas y por las deudas, a las sincronías colectivas, a las membranas plasmáticas de afectos y de efectos.»
Jorge Carrión. Membrana
Para Paul Beatriz Preciado, el sujeto moderno no tiene cuerpo. Es un archivo político y cultural, «una ficción política viva».
Customer Relationship Management o Gestión de Relación con los Clientes: dícese del software particularmente agresivo que la fuerza de ventas de las empresas utilizan para rastrear a sus prospectos. A veces evoluciona hacia modelos de gestión del cliente. Otras, se queda como sistema legítimo de persecución.