Volvieron los aliens (y vienen por ti)
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos del regreso del alien a la retórica migratoria, de humanos en retazos y de cómo Hollywood y Washington se ponen de acuerdo para fabricar monstruos.
The aliens are back
Volvieron los aliens.
Traen mochilas pesadas, huevecillos babeantes, tatuajes con símbolos satánicos, algún acento caribeño.
Cuando están de pie, los Aliens tienen una forma algo bípeda, aunque adoptan una postura cuadrúpeda más encorvada al caminar o correr. Tienen un aspecto esquelético, biomecánico y generalmente están coloreados en tonos apagados de negro, azul o bronce. (…) Los Aliens adultos tienen la capacidad de arrastrarse por techos y paredes. Tienen una gran fuerza física, ya que se ha demostrado que son capaces de atravesar puertas de acero soldadas, y son capaces de vencer a hombres adultos en el combate cuerpo a cuerpo.
Si no hubiera sido escrito por el coro de geeks del fandom de la saga de Alien, pensaría que se trata de un informe de inteligencia de un funcionario de migración, con exceso de proteínas nacionalistas y unas ganas desquiciadas de figurar en el nuevo marco discursivo de la América Grande. La aterradora descripción del Xenomorfo XX121 —esa criatura mitad cucaracha, mitad demonio biomecánico que asesinó a todos los tripulantes del USCSS Nostromo en el lejano 2122— resuena de manera inquietante con el retrato criminal de los extranjeros latinos que hemos visto en las últimas semanas. ¿Será por eso que nos sentimos como si estuviéramos a bordo de una nave hiperreal acelerada, donde los golpes de espectáculo a veces parecen el fin del mundo y otras veces, solo otro movimiento más en la crueldad del poder?
Veamos un extracto del informe operativo de marzo de U.S. Customs and Border Protection, la agencia que gestiona las fronteras de Estados Unidos. Después de pasar el texto por el traductor de Google y dejar intencionalmente algunas palabras en inglés (ya verán por qué), confirmé mi hipótesis: el tono oficial de la política migratoria imita los mensajes cifrados de amenaza que lanzan las naves espaciales para disuadir a los extraterrestres de iniciar hostilidades contra el planeta y la humanidad.
La CBP ha lanzado la aplicación móvil CBP Home, que permite a los aliens que se encuentran ilegalmente en el país o a quienes se les ha revocado el parole notificar voluntariamente al gobierno de EE. UU. su intención de salir. Esta función es vital para cumplir con la Orden Ejecutiva 14159, “Protección del Pueblo Estadounidense contra la Invasión”, que garantiza un proceso ordenado para que los aliens comuniquen sus planes de salida.
El presidente Trump y la secretaria Noem lo han dejado claro: salgan voluntariamente ahora para tener la oportunidad de regresar y vivir el sueño americano. De lo contrario, serán encontrados, deportados y se les prohibirá permanentemente el reingreso.
La decisión es clara.
[Suena la fanfarria de Star Wars o los compases iniciales de alguna banda sonora de épica extraterrestre que combine sonidos electrónicos con un denso dramatismo orquestal].
Han vuelto los aliens después de cuatro años.
Y vienen de la cuenca de un mar enemigo a contaminar el alma de tu nación.
La CBP Home es la evolución soberanista y un tanto irónica de la CBP One, uno de los instrumentos clave de la administración Biden para regular la entrada al país de decenas de miles de personas. Como todo instrumento de control, tiene sus detractores a ambos lados del espectro: los que quieren que se controle más y los que quieren que se restrinja menos. En todo caso, antes era una vía para ingresar legalmente: ahora es un instrumento de autodeportación. (Si quieres entender a fondo por qué la crisis migratoria continental refleja un quiebre profundo en la relación de la clase media con categorías como patria, seguridad nacional, bienestar colectivo, libre movilidad, todavía estás a tiempo de apuntarte y recibir la primera entrega especial de Inteligencia Natural de 2025 por el precio de un capuchino).
Una de las primeras medidas que tomaron los jefes de la policía migratoria y la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza en los tiempos de Biden fue enviar sendas circulares ordenando dejar de utilizar el término alien en sus comunicados oficiales y sustituirlo por “inmigrante” o “no ciudadano”, alternativas no del todo libre de sesgos, pero sí menos agresivas que la alusión al monstruo que escupía babas sobre una honorable mujer astronauta. Recordemos que ya hubo un primer Trump, con su propio léxico reaccionario arrojado como un barniz sobre el lenguaje oficial del gobierno, de modo que había que limpiar el discurso público de ciertas palabras deshumanizantes como esta. El noncitizen, entonces, dominó el tono de la política migratoria estadounidense hasta el 21 de enero de 2025, cuando el alien retornó a la inmensa base espacial del gobierno, ya no cargando en sus espaldas la culpa de la crisis en la frontera sur, sino el pánico de una invasión.
Una palabra con claroscuros
Se dice que el término alien pasó del francés antiguo al inglés durante la conquista normanda, alrededor del año 1066, cuando la lengua germánica anglosajona absorbió miles de palabras francesas, especialmente en áreas relacionadas con la política y la ley. Ya en la primera mitad del siglo XIV, el Reino de Inglaterra había adoptado la palabra alien para referirse a asuntos de extranjería, propiedad de tierras y pertenencia al reino, trayendo consigo acepciones un tanto más oscuras, relacionadas con lo peligroso, lo impropio, lo ajeno, e incluso conceptos de deuda y lealtad hacia algo desconocido, que venían del latín aliēnus. Cicerón, por ejemplo, en su alegato en defensa del recaudador de la Galia Transalpina, Marco Fonteyo, señala indirectamente a todos aquellos que lo acusan de corrupción de preferir a los alienigenas (los extraños) en lugar de a los domésticos, metiendo en la misma figura retórica a mercenarios, impíos, injustos, codiciosos y hostiles al gobierno. El término ălĭēnĭgĕna era el puente receloso entre la noción de lo otro y la criatura humana, nacida en otro lugar, que la encarnaba.
A través de la tradición británica, la relación entre peligro y alien se incorporó plenamente a la conciencia política y territorial de la república estadounidense desde sus inicios, como lo demuestra el Alien Enemies Act promulgado por John Adams en 1798, en medio del conflicto con Francia por las deudas contraídas durante la Guerra de Independencia. Esto sellaría el carácter negativo de la palabra, asentándola en la legislación primero como una herramienta para combatir al enemigo y luego como una restricción frente a cierto tipo de extranjeros indeseables, como sucedió más tarde con la Ley de Exclusión China de 1882, que discriminó directamente a los súbditos del Imperio Qing tras la resaca de la fiebre del oro y la depresión económica posterior a la Guerra Civil. Fue en esta época cuando surgió la idea de los “extranjeros deportables”, extendiéndola gradualmente a lunáticos, idiotas, indigentes, polígamos, anarquistas y psicópatas, quienes debían ser devueltos de inmediato a su país de origen, incluso antes de bajar del barco.
A inicios de la década 1920, mientras el gobierno estadounidense hacía lo imposible por preservar la composición noreuropea y británica de la población mediante la Ley de Origen Nacional (famosa por sus cuotas raciales) tras el desastre migratorio provocado por la Primera Guerra Mundial, el término alien dio un giro inesperado, quizá influenciado por la popularidad de las obras de Julio Verne y H.G. Wells y sus exploraciones imaginativas del espacio y el contacto con otros seres del universo. El término “ de otra tierra” se transformó en “no de esta Tierra”, con esa T mayúscula planetaria, introduciendo al gabinete etimológico una figurita que llegaría a su culmen en 1953, luego de la gran batalla contra los Ovnis en el cielo de Los Ángeles, cuando los kioscos y las librerías se llenaron de publicaciones de ciencia ficción sensacionalista **y las clases medias tuvieron acceso a través del entretenimiento a los primeros “seres pertenecientes a otros mundos”, con sus representaciones humanoides, un poco pálidas y radioactivas, tipo Área 51. Sí: los extraterrestres finalmente habían llegado.
Los diccionarios recuerdan que la raíz indoeuropea al- se refiere a “más allá”, o que da lugar a otros matices inevitables como la extrañeza, la ajenidad y el miedo hacia lo que excede la experiencia normal y que puede resultar repugnante. No hay que olvidar que, tras la época dorada de la case media en los 50 y 60, los ingresos familiares, el empleo y la movilidad social comenzaron a estancarse, el 1% de la población más acaudalada comenzó a concentrar la mayor parte de la riqueza y aparecieron las primeras angustias frente a América Latina y su inestabilidad política, el narcotráfico, los mexicanos indocumentados, la seguridad nacional, etcétera. Todo estaba servido entonces para consolidar el terror en lugar de la curiosidad con Alien: el octavo pasajero, la película de Ridley Scott de 1979, en la que el adversario ya no es un humanoide verdoso, sino una cucaracha babeante, nacida de huevos putrefactos, violenta y profundamente hostil a la humanidad.
Solo tuvieron que pasar las crisis migratorias de los 80 y 90, junto con la paranoia fundamental del siglo XXI después del 11/09, para que la palabra alien alcanzara una polisemia total, refiriéndose simultáneamente tanto a una criatura del espacio exterior como a un extranjero potencialmente hostil, con intenciones contradictorias hacia el país que acaba de visitar. De repente, la violación de ciertos procesos administrativos se confundió con la urgencia de enfrentar una invasión parasitaria: seres que lentamente minan la pureza nacional, deforman todo con sus patrones culturales extraños y erosionan progresivamente el presupuesto público hasta destruir la idea misma de la nación.
Supongo que esto encaja en la categoría de los automatismos lingüísticos que han sustituido el poder de la voluntad política y se han convertido en una masa compacta de impotencia, deseos de venganza y mitología nacionalista que se alimenta de la gran simulación generada por el cruce entre el capitalismo cibernético y la crisis cognitiva. En todo caso, es imposible que el lenguaje no arrastre su propia memoria y la arroje sobre la realidad cada vez que se pronuncia. Ninguna palabra es estática, y la lengua, como todo ser vivo, está destinada a combatir –y en muchos casos absorber– los diversos agentes de su entorno, hasta que sobreviva o experimente su propia extinción.
De alguna manera, la evolución semántica de la palabra alien converge con la degradación hacia las acepciones más oscuras: otro > extranjero > extraño > enemigo > indeseable > monstruo. Por eso sería un verdadero acto de cinismo –y, cómo no, de furia reaccionaria– separarla de la gigantesca carga cultural que contiene y tratar de convencer a alguien de que cuando dices illegal alien estás hablando de un ser humano hispanohablante en aprietos administrativos y no de un extraterrestre endoparasitoide dispuesto a capturar el alma de la patria.
Un alien es un humano sin contexto
El sábado pasado fui a ver Our Body, la polémica exposición de cadáveres plastinados que lleva alrededor de 30 años recorriendo el mundo. Todos los cuerpos son de adultos chinos (no vi ancianos ni niños, lo cual podría confirmar la controvertida tesis de que se trata de prisioneros ejecutados o de cadáveres no reclamados en las morgues de China) y parece que te miraran en con eternidad triste y elástica.
Además de dos posturas que me parecieron éticamente conflictivas (una, el cadáver de una mujer arrodillada con los brazos extendidos en una especie de pose teatral, diseccionada de tal manera que todo el circuito sanguíneo se veía como un estallido de pétalos borgoña saliendo de los huesos; y la otra, un esqueleto seco en posición de lectura con un ejemplar del nuevo libro de Arturo Elías Ayub, el carismático personaje de la serie Shark Tank y parte de la familia propietaria del centro comercial donde se instaló esta exposición), lo que más me impresionó de la muestra fueron las similitudes entre las partes extraídas del cuerpo y ciertos materiales y seres del universo: la columna vertebral puede parecerse a una escolopendra abominable, la médula ósea de un fémur se asemeja a un arrecife marino, las secciones coronales del cerebro parecen monstruos arácnidos en posición de descanso y los vasos sanguíneos del pulmón podrían ser dos puercoespines coloridos trepando sobre una gigantesca pata de gallina.

En la primera sala, la figura de un hombre corriendo con todos los músculos diseccionados y separados del cuerpo como alas, parece la copia exacta del xenomorfo de Alien. Esto me hizo recordar, por un lado, la enorme carga de lo desconocido que está dentro de nosotros (y que nos pone en la orilla de la alienación, ser extranjero para uno mismo, oh), y por otro, que lo inhumano comienza en un acto de descontextualización: si nos fragmentan en partes, nos convierten en un rompecabezas de piezas terroríficas; una vitrina pobre de objetos y retazos biológicos que podrían parecer cualquier cosa. Lo que separa a los especímenes expuestos en las tarimas de Our Body de una persona no es el relleno de resinas y polímeros, sino la presentación de una historia sin disecciones. Nuestro enemigo el alien es lo que es porque todo lo que sabemos de él es su nacionalidad, su estatus administrativo y la amenaza que representa ahora. El alien es una idea en pedacitos, un cuerpo en pedazos leído por la burocracia, el discurso mediático y la fragmentación impuesta por la utilidad política del momento. Es lo desconocido lo que lo hace monstruo.
Que todos los venezolanos sean miembros sanguinarios del Tren de Aragua, que los haitianos coman gatos y perros de familia en Springfield, que los cubanos sean un mar de psicópatas venidos de la misma embarcación maldita de Tony Montana, que todos los árabes sean ya no de Al-Qaeda sino de Hamás, guerrilleros y salvajes de labios gruesos que ocupan la futura Riviera del Medio Oriente donde los millonarios del mundo remojarán sus tobillos dorados, es una referencia a entidades peligrosas cuya actuación está haciendo que los ciudadanos de bien experimenten la extinción del Sueño Americano frente a sus propios ojos. Estas entidades, que tienen un rostro tan cuidadosamente diseñado como la cabeza alargada de la cucaracha de Ridley Scott, son las culpables de los despilfarros de riqueza del Estado y, al mismo tiempo, la amalgama necesaria para la reunificación de la nación contra el enemigo.
La frontera, entonces, es el lugar donde se libra la gran batalla del bien contra el mal.
El Nostromo de nuestra época.
Un acto sacrificial
Desde hace 227 años, la Ley de Enemigos Extranjeros permite detener, encarcelar y expulsar a extranjeros peligrosos, generalmente nacionales de países considerados enemigos, sin ningún tipo de audiencia judicial. Este fue el instrumento que se invocó en 1812 para rastrear a todos los ciudadanos ingleses en territorio estadounidense durante el conflicto contra el Reino Unido, en 1917 para arrestar a más de 6,000 “extranjeros enemigos” tras la declaración de guerra contra Alemania, en 1942 para abrir el campo de concentración de japoneses en el hipódromo de Santa Anita en Los Ángeles y en 2025 para expulsar a la mayor cantidad posible de venezolanos indocumentados, afiliados todos a la corporación criminal que nació entre los pasillos de la cárcel de Tocorón y las fibras regionales del chavismo tardío.

La cuestión está en que los efectos de la guerra contra los aliens no afecta solo a los 200 pandilleros pelones que llegaron vestidos de blanco impoluto a la megacárcel de Bukele con un precio de 20,000 dólares por cabeza por año, sino a los 530,000 individuos provenientes de los planetas hostiles de Nicaragua, Venezuela, Cuba y Haití, que entraron legalmente al país bajo el Parole después de una revisión exhaustiva de antecedentes penales, datos biométricos y vínculos con un patrocinador financieramente solvente dentro de los Estados Unidos, y que tendrán que salir antes del 24 de abril como xenomorfos de dos patas, cargando no tanto un fracaso migratorio y patrimonial, como la condena implícita de toda una humanidad en peligro.
La mirilla migratoria sobre los caribeños (como ocurrió con los chinos, los japoneses, los indios, los mexicanos y los centroamericanos, por nombrar algunos) demuestra que siempre existen motivaciones –y oportunidades– económicas, fiscales y políticas para traer a cierto grupo étnico al lugar de los aliens y justificar a través de ellos inmensas transferencias de beneficios de un lugar a otro. Cuando las estructuras económicas y sociales de la nación están al borde del colapso, cuando la atención colectiva comienza a centrarse en los verdaderos responsables, cuando es evidente que los problemas son de este mundo, el poder fabrica a los aliēnus para aliviar la razón frente al empobrecimiento doméstico y redirigir los excedentes de energía hacia la expulsión de los extraños.
Así como en las películas de acción no hay espacio para discursos complejos ni presupuesto para desplegar profundas resonancias narrativas propias del drama, en la gran batalla nacional todo debe ser enfrentado con agilidad y urgencia. Necesitamos guerreros, no sabios; gente con músculos, huesos duros y armas, capaces de cazar a cualquier intruso que se atreva a desinflar la matriz líquida del sueño. Si no, ¿qué sería de nosotros los poderosos? ¿Cómo lidiaríamos con tanto malestar acumulado? ¿A dónde se dirigirían las fuerzas de oposición autodestructiva sino hacia la tarea de sacrificar a los extraños?
“Todos somos extranjeros en alguna parte”
En el insólito-universo de las etimologías, alienígena se presenta como el antónimo de aborigen (ab origine), aquel que estuvo allí desde el principio, casi contando los primeros latidos del origen, antes de cualquier movimiento poblacional, antes de todo contacto entre extraños, antes de las sucesivas y dolorosas colonizaciones. Fueron también los británicos, al encontrarse con los nativos de la “tierra sin dueño” de Australia en el siglo XVIII, quienes aportaron la acepción más conocida de aborigen: el indígena salvaje que se aferra a sus instintos y patrones culturales en una tierra inhóspita para el espíritu occidental.
Bajo la luz misteriosa del lenguaje, desde los caldeos y los merovingios, los Pilgrim Fathers y los canarios, los normandos y los bárbaros, todos fueron aliens para otro extraño que ya estaba ahí. Esto implicaría darle la razón a una frase que vi estampada en una de esas franelas de alta conciencia planetaria de Coldplay: Everyone is an alien somewhere. De modo que espero que a ustedes les pase lo mismo que a mí después de leer todo esto: ya no puedo ver en alien ni al adversario de Sigourney Weaver ni a los deportados al Centro de Confinamiento del Terrorismo de El Salvador, como tampoco veo en los aborígenes a los indios morenos y corpulentos –aunque con cierto trazo manierista– que pueblan lo mismo los grabados de Theodore de Bry que la saga de Moana.
Para acceder al verdadero origen, ahí donde todo era puro, limpio y ordenado, libre de invasiones y peligros, una especie de ensueño de armonía entre los hombres, los gobiernos y los dioses, habría que subirse a la nave espacial de los Anunnaki sumerios o remontarse a los tiempos remotos en que Yahvé vivía en una columna de nubes con la Torá como su asistente revoltosa. Sin embargo, como recuerda Roberto Calasso, los ángeles oficiosos que acompañaban al Padre en aquellas horas infinitas de la creación se molestaron cuando el soberano decidió entregar la joya de la sabiduría a una criatura extraña de carne y hueso que escalaba un monte con terrible esfuerzo; y Zechariah Sichtin, con enorme astucia pseudocientífica, señala que los dioses sumerios no crearon a los hombres por medio de ingeniería genética para darles fortuna y libertad, sino para ponerlos a extraer oro y minerales de la Tierra.
Una cosa más antes de irme
¿Sabías que la crisis migratoria continental no es solo un “problema” temporal que se resuelve con medidas humanistas y acciones políticas bienintencionadas, sino el síntoma profundo de un sistema tecnofeudal, paranoico y ajeno a la idea de “humanidad”? ¿Te has planteado que la nueva ola de deportaciones, que afecta a toda América Latina, es la cortina de humo que encubre no solo un reajuste geopolítico, sino una transferencia brutal de riqueza de las clases medias hacia los ultra-ricos, con consecuencias que aún no imaginamos? ¿Te has dado cuenta que los migrantes no son una categoría lejana de seres empobrecidos, sino uno de los tantos grupos humanos que formamos ese otro incómodo para el poder?
Pues, para ser honesto, yo tampoco lo había comprendido hasta ahora. Lo descubrí mientras investigaba y escribía la primera entrega especial de Inteligencia Natural de este año. Y tú todavía tienes tiempo para apuntarte y recibirla por el precio de un capuchino. Esta es una entrega exclusiva para suscriptores pagos, por lo que al suscribirte podrás:
a) Apoyar un trabajo de investigación profunda y escritura narrativa en proceso (y eso siempre es un buen karma).
b) Acceder a esta entrega única a un precio que, como dicen las mejores ofertas, no volverá.
Dale click al vasito de café o sigue este enlace y súmate a la lista.
Nos leemos pronto otra vez.
Todos llevamos un espejo en el bolsillo… hacer uso de él, es una decisión.
Gracias.
Me encantó la reflexión. Este año, la muestra de arte de la Biennale de Venezia se tituló "Stranieri Ovunque - Foreigners Everywhere", y el mensaje es el mismo: todos somos extranjeros en alguna parte.
Entender eso, y entender por qué pasa lo que pasa, es esencial para "navegar" estas aguas.