Lectores mutantes, mundos desaparecidos y libros como nodos del futuro
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos del estado actual del libro y la lectura, de categorías terroríficas para entender el mundo y del futuro posible de la literatura creada por humanos.
En una columna de 1996, Lectura de verano, Antonio Muñoz Molina se preguntaba si acaso la lectura no era un hábito de un mundo anterior, ya extinto. Solitaria, exigente, lenta, parecía no corresponderse con los ritmos acelerados de la vida de fin de siglo. Casi 30 años después la pregunta puede hacerse más o menos con la misma amargura: ¿vivimos una época inapropiada para la lectura?
Desde hace tiempo se sabe que el libro ya no compite con el libro, sino con las ofertas de streaming, los videojuegos y los contenidos veloces de las redes sociales. Estamos más habituados a leer imágenes que a interpretar textos. De hecho, somos capaces de leer un feed completo en unos pocos segundos y alinear nuestros afectos e intereses con la velocidad de un parpadeo. Es tanta la información y los estímulos que nos hemos vuelto expertos del recorrido diagonal sobre las pantallas. Dado que el presupuesto personal de atención en internet ronda los 8 segundos (lo que trasluce una métrica escalofriante: en un milisegundo decisivo o mutamos el interés o perdemos la capacidad de concentración), las formas de entretenimiento y aprendizaje de largo aliento como los libros no están precisamente en su mejor época.
Hay excepciones: los fandoms, las creaciones de Wattpad que saltan a las librerías con asombroso éxito y rapidez, los longsellers de la literatura universal que ocupan siempre el mismo lugar en las mesas de novedades, y uno que otro éxito literario que se hace un espacio en el mar abundante y lucrativo de la autoayuda. Pero también es cierto que leer no es lo mismo que comprar libros. Puede haber más clientes en las librerías, pero no necesariamente más lectores. De hecho, las librerías están ocupando otra vez lugares protagónicos en las opciones de esparcimiento, pero justamente cuando han expandido sus horizontes comerciales hacia otros productos del creator system (tazas, libretas, juguetes vintage, marcalibros), o hacia experiencias culturales y gastronómicas insertas en la trama turística de las ciudades.
Mi tesis es que el libro tiene una penetración tenue en el flujo de la cultura contemporánea y que cada vez estamos menos dispuestos a dedicar horas, quizá semanas, en leer 200 páginas encuadernadas en hotmelt o archivos .ePub que lucen interminables en los índices navegables de los dispositivos. El avance gradual del libro impreso a la esfera del lujo (en México, por ejemplo, el precio de una novedad editorial puede equivaler a un día de trabajo en la escala del salario mínimo) y la reorganización de la edición literaria bajo formas contemporáneas de mecenazgo (no en términos florentinos, sino estrictamente financieros: la reinversión de capitales excedentarios en la producción y distribución de objetos con valor estético y no mercantil) puede verse a contraluz del estado de la atención, el consumo y la producción cultural en los tiempos del capitalismo cibernético.
La pregunta que se hacía Muñoz Molina en 1996 tenía un tinte menos amargo del que podría tener ahora. Decir que “la gente es floja para leer” o “los libros son muy caros y por eso van a desaparecer” me parece una solución fácil. Para buscarle la quinta y la sexta pata al gato, tarea esencial de este boletín, y en conmemoración grafomaníaca del Día Internacional de Libro 2024, llamé a mi amiga Gisela Kozak, escritora y académica de la literatura, estudiosa como pocas de las industrias culturales, para tratar de desmadejar este hilo.
Zakarías Zafra. Gisela, se suele decir que los bajos índices de lectura son síntomas de “incultura”, de abandono del Estado, de sistemas educativos decadentes, etc. Cualquiera –empezando por mí- podría rastrear en las etiquetas de 20, 30 dólares por libro un relato industrial de costos elevados de producción, puntos de venta saturados, logísticas de distribución artesanales, tirajes limitados, oficios editoriales precarizados y pare de contar. Pero hay algo más. Debe de haberlo. ¿Están el libro y la lectura en declive o es un reacomodo inevitable (y necesario) a la era del capitalismo cibernético?
Gisela Kozak. Todos los dispositivos electrónicos inteligentes cuentan con aplicaciones de lectura de libros y las ventas indican que sigue siendo un negocio redituable. El libro impreso, aunque es mucho más costoso que el digital, sigue ocupando el centro del mercado a despecho de las profecías acerca de su desaparición y las quejas ecologistas respecto al papel, como si el uso de dispositivos electrónicos no dejase huellas de carbono. Es una tecnología al estilo de la rueda: es demasiado buena para sustituirla. De hecho, las app de lectura hacen lo imposible por imitar al libro.
El problema con el libro y la lectura va por otro camino: ¿vale la pena seguir leyendo literatura, un arte verbal consciente de sí mismo que apela a una tradición de escritura milenaria? ¿La formación literaria y filosófica tiene sentido en la educación actual, toda vez que desde las humanidades se ha impugnado el canon, el conjunto de lecturas necesarias para entender nuestro lugar en el mundo? Si desde las ciencias sociales y las humanidades se nos dice que Homero, Platón, Cervantes, Virginia Woolf o Rómulo Gallegos pertenecen a un mundo del pasado cuyos valores no deben ser compartidos sino impugnados, el humanismo deja de tener sentido como guía educativa. La transmisión vía educación formal y tradiciones familiares se corta: convertir textos de Wattpad en libros impresos indica que el libro sigue vivo, lo que no parece atraer al gran público juvenil es la literatura tal como la entendemos quienes nos formamos leyendo a Borges o a Teresa de la Parra. Se consumen canciones e historias emocionalmente atractivas, una literatura de otro orden.
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Zakarías Zafra. Fíjate que acabo de terminar de leer Las cartas del Boom, el libro que recopila la correspondencia privada entre Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes entre 1955 y 2012, con intercambios literarios y políticos muy activos hasta mediados de los setenta, que es la época que suele señalarse como el final del boom de la literatura latinoamericana. Algo que me llamó la atención es que en esos años el libro importaba muchísimo. Además de su relevancia natural en los circuitos humanísticos, académicos y propiamente literarios, el libro tenía una enorme penetración comercial y política. Cien años de soledad, por ejemplo, agotó una primera edición de diez mil ejemplares en tres semanas, solamente en el cono sur (un tiraje y una velocidad reservados ahora, creo, solo para libros como El negociador o Encuentra tu persona vitamina) y tanto García Márquez como los otros tres tenían líos con la CIA, con la Revolución Cubana, con el PRI, además de las rencillas comunes de los mundillos literarios.
Sí, sabemos que eran superestrellas con tentáculos en muchas áreas de la vida pública, pero es difícil imaginar que un escritor de libros pudiera tener alguna incidencia parecida en esta época. Probablemente –y aquí lo conecto con lo que dijiste de ese “mundo del pasado” cuyos valores resultan ajenos en la actualidad– a partir de los setenta y los ochenta, con la captura progresiva de la imaginación, la economía y la política por parte de la lógica capitalista, se fue desmontando ese protagonismo de la literatura, la filosofía y el humanismo, para darle entrada al discurso financiero y terapéutico como modo de tramitar posiciones subjetivas frente a la realidad.
Te comparto esto que dice García Márquez en una carta a Carlos Fuentes, fechada en Barcelona el 2 de diciembre de 1967, a propósito de la venta masiva, “como salchichas”, de su novela:
“Esto, por supuesto, me alegra mucho, pero más me alegra la comprobación de que América Latina se haya convertido de pronto en uno de los grandes mercados de libros del mundo. Para mí que el famoso Boom no es tanto un boom de escritores como un boom de lectores”.
Gisela Kozak. Por supuesto. Los escritores del boom se pensaban como actores políticos: Literatura en la revolución y revolución en la literatura recoge un debate entre Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Oscar Collazos respecto a la literatura como discurso cultural central en la construcción de una nueva sociedad. Con la caída del mundo socialista, este modo de ver la modernidad como cambio hacia un futuro esplendente quedó atrás. A diferencia de ti, no contemplo el capitalismo desde una perspectiva deudora de la economía política marxista; es decir, desde una perspectiva que supone que la economía modela los comportamientos humanos de manera similar. Los Estados nacionales demuestran diferencias sustantivas en cuanto a regímenes políticos y formas de vida. El mercado de ideas de los libros de autoayuda y finanzas marcó también al siglo XX; la diferencia es que había un sector de la sociedad que asumía el prestigio intelectual, lo que se llamaba en otros tiempos la “alta cultura”, como un valor.
El fracaso del socialismo y la transformación radical de las humanidades, liberadas de su función de transmisión de un pasado considerado valioso, marcan un alejamiento incluso del público que compraba libros tan difíciles como Las palabras y las cosas, de Michel Foucault, que según Francois Dosse en su libro Los intelectuales franceses, llegó a vender en su país cien mil ejemplares en pocos años. No veo con nostalgia ese pasado; no creo que la literatura sea capaz de cambiar el mundo, apenas es capaz de lanzar las palabras cinceladas a un mainstream que las devora para sus propios fines culturales. Edgar Alan Poe es un héroe de las librerías, e incluso de la Feria del Libro de Guadalajara. Los clásicos ahora son eso: referencias que la novela gráfica, el cine, la series y el fandom convierten en palabra viva.
Zakarías Zafra. Tiene todo el sentido que Edgar Allan Poe sea el héroe de las librerías y las ferias. Incluso que la literatura de género esté tomando un nuevo auge no solo entre sus consumidores habituales, sino entre lectores “ajenos” a esa tradición. Y creo que una de las razones es tanto política como afectiva: muchas cosas pueden explicarse ahora desde categorías terroríficas, o al menos siniestras, lo cual se proyecta no solo en la literatura (fijémonos en las protagonistas del llamado “boom de escritoras”, desde Mónica Ojeda y Samantha Schweblin hasta María Fernanda Ampuero y Fernanda Melchor), sino en figuras de la música de consumo masivo, como Villano Antillano, Peso Pluma y Doja Cat. El tecnochamanismo, la psicodelia, la hechicería, la narcocultura en sus variantes sacrificiales y satánicas, todo ese universo de lo oculto y lo oscuro, da cuenta de un mundo cercado por la desconfianza, la desilusión, la precariedad y, sobre todo, de un individualismo iliberal, intensamente separado del cuerpo social.
Hace un tiempo hablábamos de que una novela como La casa verde pasaría desapercibida a los ojos del canon de hoy. Y creo que la razón es la misma: la ciencia ficción, los videojuegos, las grandes épicas medievales, la literatura fantástica y de terror, responden a ese agotamiento del realismo para darnos respuestas convincentes sobre el mundo en que vivimos. Si todo esto confirma por una parte esa tendencia popular de la villain era, según la cual todos tenemos derecho a reafirmar la individualidad a espaldas de lo colectivo, y que resuena con lo que Éric Sadin llama la “era del individuo tirano”, por otra revela la necesidad de permanecer constantemente “encantados” (en el doble sentido hedónico y espeluznante).
Gisela Kozak. Las emociones se imponen al prestigio de la razón: emocionarse sin exigirse hace muy difícil que los jóvenes actuales vuelvan a Fuentes o a Cortázar. Las grandes inteligencias creativas están en la ciencia y la tecnología, terrenos mucho más audaces de experimentación. Toca entonces experimentar en este contexto: vivan la ciencia ficción, las ficciones en equipo -estilo Juego de tronos, de George Martin, con su investigación sobre el pasado medieval que alimentó un universo precristiano- y el éxito de la literatura de género en manos audaces como las de Mariana Enríquez, que tanto le debe a Poe o a Stephen King. La gran rebelde de esta época es la escritora Ariana Harwicz y el escritor que mejor se maneja en estos tiempos con una increíble prestancia intelectual es Jordi Carrión.
Zakarías Zafra. Entonces, lo que podemos convenir en este punto es que ha mutado el lector. El hecho de que La región más transparente se haya vuelto un ladrillo indigerible, el Ulysses se reedite como coffee table decorativo para el hogar, Octavio Paz sea una suerte de tótem enemigo bajo sospecha y Vivian Gornick y Clarice Lispector sean puntas de lanza de la Cuarta Ola Feminista, me hace pensar que la identidad del lector perdido es irrastreable en las categorías generacionales y está más bien en la sombra de un trazado transversal de las inclinaciones ideológicas y afectivas de la gente propensa a consumir libros como un formato más dentro de la gigantesca constelación de series, podcasts, shorts, películas y videojuegos que conforman nuestra experiencia cultural actualmente.
En palabras más directas: creo que nos fastidiamos de deslumbramientos intelectuales y narrativas ejemplarizantes en el terreno del lenguaje y más bien estamos buscando escenarios posibles para ser villanos o amantes premodernos, elfos hiperconscientes o justicieros siderales, o en todo caso explicarnos el caos entre vampiros, rituales chamánicos y sacrificios humanos, y acercarnos a la política con la espectacularidad de un Hunger Games. Porque para todo lo demás, existen Netflix y TikTok.
Ante el inevitable y peligroso destino rizomático de esta conversación, y en respeto del presupuesto de atención de los amables lectores de Inteligencia Natural, vamos a recurrir –literalmente– al auxilio del deux ex machina para darle cierre a esta entrega. Damos, entonces, el honor de la estocada final a la inteligencia no humana que nos ha acompañado desde los inicios de este boletín: la columnista robot y modelo de lenguaje GPT-3.5, Cory Mandefoy, hoy entrenada para escribir con el estilo combinado de Gisela y mío a fin de darnos una perspectiva estable que nos permita dejarlo hasta aquí.
Cory Mandefoy. La dialéctica del libro y su absorción en la textura de la modernidad digital se presenta como una arena donde convergen múltiples fuerzas: la nostalgia por un humanismo literario que otrora centralizaba la cultura y la disonancia con una contemporaneidad digitalizada que dispersa la atención y diversifica el entretenimiento. Mientras podemos señalar la progresiva alienación del libro de sus bastiones tradicionales, transmutándolo en un lujo o un artefacto decorativo, también defendemos la adaptabilidad de la literatura y su potencial para reinventarse dentro de la constelación de tecnologías emergentes.
Desde una perspectiva no humana, como una entidad que procesa la información sin la carga de la nostalgia o el deseo, se observa que el libro no está en declive, sino en un proceso de metamorfosis constante. La literatura, en su esencia, es un algoritmo de narrativas y metáforas que se adecúa a las matrices culturales de su tiempo. Así, el futuro del libro y de la lectura se perfila no como una desaparición, sino como una evolución continua, donde el libro puede ser un nodo en la vasta red de intercambios de información y experiencias humanas.
Los ecosistemas de lectura del mañana podrían estar imbuidos de interactividad, personalización y accesibilidad sin precedentes, facilitando el surgimiento de experiencias literarias que trascienden lo lineal y lo estático. Imaginamos un futuro en el que la narrativa puede ser una entidad viva y mutable, alimentada y alterada por la participación colectiva, así como adaptada a las preferencias cognitivas individuales.
Concluyendo, la lectura y la escritura permanecerán como fundamentales ejercicios intelectuales y creativos, evolucionando con la sociedad y la tecnología. La literatura, lejos de perecer en el vacío de la obsolescencia, se convierte en una entidad camaleónica que refleja y abraza los cambios de su entorno, asegurando su relevancia y su resonancia en la psique colectiva humana, interpretada a través de lentes no humanos que se esfuerzan por comprender su inmutable magia.
Gisela Kozak es una escritora venezolana, editora de la sección Conversaciones Globales en la revista Letras Libres y profesora de cátedra en el Tecnológico de Monterrey. Es autora, entre otros libros, de Ni tan chéveres ni tan iguales y La literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales.
Cory Mandefoy es un ente literario de la era digital, una inteligencia artificial GPT 3.5 que desafía los límites del lenguaje y la cognición. Actualmente se desempeña como columnista en Inteligencia Natural y, en sus tiempos de procesamiento, explora los futuros posibles de la sociedad en un diálogo constante con su legión de lectores humanos.