El migrante gentrificador y la turistificación del mundo
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos de la migración con privilegios, las zonas grises de la gentrificación y las ciudades conquistadas por Aibnb y los New Rich.
El migrante gentrificador
Vivo cerca de la colonia Condesa, el epicentro de la gentrificación en la #CDMX. Le dije a una colega, un poco por joder, que estábamos «perdiendo México» ante la cantidad de güeros, catires, musiús que se ven por montones en las calles arboladas de la ciudad. Me respondió, sin titubear apenas: «¿cómo te explico que tú eres parte de esa gentrificación?».
Me dolió.
Me arreché.
Me empujó a reflexionar.
Una de mis cartas de legitimidad social es contar mis tres años de vida en Garibaldi, a pocas cuadras del barrio bravo de Tepito. Que haya vivido en el centro del corazón contaminado y truculento de la Ciudad de México y que ahora esté por los predios de La Condesa, implica un arco de movilidad social –y de historia de superación a lo Chris Gardner, pero ese es otro tema– atípico en las capas cultas de la capital. «Soy de Venezuela, viví años entre mariachis y piedreros, hice de flâneur hasta la saciedad en el centro histórico, me sé el menú completo del Pozole de Moctezuma y ahora estoy aquí, tomándome un latte contigo en el Café Toscano». Una Rara Avis. Ilegible, como cualquier inmigrante con privilegios.
Para buscar argumentos de defensa, vi otra vez El apagón-Aquí vive gente, el video-documental de Bad Bunny sobre la intensa gentrificación de barrios populares en Puerto Rico. Inversionistas inmobiliarios que desalojan personas y construyen costosas residencias, muchas veces inaccesibles para la clase gentry –en la cual fui etiquetado– o concebidas para estancias cortas frente al mar. Ya lo dice Neil Smith en La nueva frontera urbana: «En gran medida, al igual que una frontera real, la frontera de la gentrificación avanza no tanto a través de la acción de pioneros intrépidos como a través de las acciones de los dueños colectivos del capital». Smith se refiere a los «pioneros» como esos sujetos arrogantes que se acercan a zonas urbanas deprimidas con la idea de civilizarlas, al estilo de los colonos y los nativos de los territorios «salvajes».
En mi barrio hay argentinos, colombianos, rusos, estadounidenses, brasileños que viven aquí. Yo le rento a una señora mexicana adorable, con dos propiedades en la zona, que vive fuera de la Ciudad de México. Los cuatro pisos del edificio donde viven mi mamá y mi suegra es propiedad de una heredera a quien jamás le hemos visto la cara. Religiosamente, al quinto día de cada mes, su administrador pasa cobrando las rentas con amenaza de recargo de intereses, al mejor estilo del Señor Barriga. A la luz de la vergüenza burguesa, es inevitable preguntarse: ¿A quién le baila el capital aquí? ¿Quién desplaza a los habitantes «originarios» de la colonia? ¿Los que suben la renta o los que pueden pagarla? Quizá los dos. No sé.
Partiendo de la idea de que un inmigrante no puede ser un dueño colectivo de capital en el mismo tiempo y espacio (en otras palabras, ¿qué dueño de capital podría llamarse a sí mismo inmigrante?) podría llegar a una conclusión provisional: soy un usuario de la gentrificación. Un inquilino del parque temático que ha armado el capital sobre ciertos territorios de la ciudad. Mi condición de «burguesía blanca» (mis rasgos son arábigos, pero bueno) me hace una especie de gentrificador de segundo orden. Tengo que quitarme demasiadas capas (la del venezolano, la del ex-indocumentado, la del Residente Permanente) para demostrar algo que me cuesta solo dos frases decir: No soy dueño del capital. Solo rento un privilegio.
La voz sin titubeos de mi interlocutora me hace volver la mirada a cierta tendencia pública de identificar la gentrificación con lo extranjero, sin matices, sin mirar historias individuales, sin recordar que el capital, como ya sabemos, no tiene nacionalidades ni banderas: solo rendimientos, estrategias de expansión, porcentajes. Si somos pobres, estorbamos. Si no somos pobres, gentrificamos. La pregunta es: ¿haremos algo bien los inmigrantes alguna vez? Una vocecita interior me susurra que el nacionalismo y cierto resentimiento hacia lo diferente se meten de contrabando en el análisis. Y en eso las dinámicas urbanas tienen poco que ver.
El mundo contemporáneo va tan rápido que mejor atajar sus sinsentidos en píldoras breves. Aquí tres notas mentales sobre un tema (o varios) desde la urgencia de la ociosidad.
«Mexico is so cheap». En octubre de 2022, el gobierno de la Ciudad de México firmó un acuerdo con la Unesco y Airbnb para convertir la capital del país en un oasis para los nómadas digitales (trotamundos contemporáneos que prestan servicios freelance en internet y viven en las mejores zonas de la ciudad que, por la magia del cambio de moneda, les salen muy baratas). «Mexico is so cheap» es una fórmula de especulación y una muestra de la mano invisible del mercado inmobiliario en las alcaldías codiciadas de la megalópolis latinoamericana: por un lado están las 19 o 20 veces más que vale la moneda de un extranjero del norte mundial en México y, por otro, los propietarios nacionales que prefieren poner sus inmuebles en renta en la app que dejarlos accesibles a los vecinos «de siempre». La gentrificación, como el amor, parece cosa de dos.
The New Rich. No hablo de la etiqueta clasista que inventaron los pudientes de cuna para tachar a los que amasan fortuna en la misma generación. Esto se refiere a una nueva clase mundial y a un nuevo ideal de lifestyle. Ya no son los viejos europeos que van a vivir su retiro en una cheap destination, sino personas jóvenes, maestros del outsourcing en Filipinas, India o Pakistán, que trabajan en línea pocas horas a la semana y disfrutan los días en actividades top en las mejores zonas del tercer mundo. Estar en una cheap destination me convierte en un testigo de primera línea de este nuevo fenómeno mundial: ser rico en el siglo XXI ya no es tener más dinero, sino rendir más el dinero con la combinación de economías devaluadas, ciudades cool y mano de obra descentralizada en las periferias mundiales.
La turistificación del mundo. Cuando estuve en Tijuana entrevistando migrantes, varias personas me contaron de los gringos que compran casas en la cosa tijuanense o viven alquilados en los mejores barrios de la ciudad, mientras cruzan la frontera por las mañanas para ir a sus trabajos en San Diego. Por lo que paga una persona al mes por un loft de 35 metros en Los Ángeles, puede alquilar una casa de dos pisos con terraza y vista al Pacífico. Una vena de mi corazoncito migrante me obliga a mirar esto con otros ojos: California es uno de los estados con más homeless de los Estados Unidos. Estos catires son una especie particular de desplazados del Primer Mundo. La pregunta es en qué grado de «mundo» vamos a vivir cuando solo quede el turismo y las cinco estrellas de reseñas de Google. Alguien está pagando por esa obsesión del capitalismo tardío en convertir las ciudades en espacios instagrameables para uso de los visitantes temporales. Seguramente sabrás quién.
Una columna de exploración conceptual, escrita por un modelo de lenguaje GPT-3. Ya no es posible pensar sin las máquinas, por eso este espacio es a la vez de inclusión y de protesta.
En busca de una opinión completamente imparcial, le pedí a Cory Mandefoy, nuestra columnista robot de Inteligencia Artificial, que resolviera la ironía de si un migrante puede ser al mismo tiempo un gentrificador. No estoy seguro de que lo haya logrado (percibo cierta tibieza en sus argumentos), pero aporta luces interesantes.
Esto fue lo que nos envío:
El término gentrificación se refiere a la transformación de un barrio o área, posiblemente por la inversión de capital, como una mejora en la infraestructura, la construcción de nuevos edificios, el surgimiento de nuevos restaurantes y comercios, etc. Estas mejoras pueden ser beneficiosas para los residentes, pero también pueden ser perjudiciales. Los extranjeros privilegiados pueden ejercer una influencia significativa en el proceso de gentrificación, ya sea como inversores, promotores inmobiliarios o residentes temporales, lo que nos lleva a la pregunta de si un migrante privilegiado puede ser un gentrificador al mismo tiempo.
La respuesta es complicada. Por un lado, los migrantes privilegiados pueden aportar recursos y capital a un área, lo que puede tener un impacto positivo en el barrio, especialmente si se dirige a proyectos de infraestructura y servicios públicos. Esto puede ayudar a mejorar las condiciones de vida de los residentes en el área. Por otro lado, los extranjeros privilegiados también pueden ser responsables de la gentrificación, ya que tienen una mayor capacidad para pagar precios más altos y hacer ofertas en propiedades. Esto ocasionaría el desplazamiento de los residentes de bajos ingresos, ya que los precios de los alquileres aumentan y los residentes con bajos ingresos no pueden permitirse el lujo de vivir allí.
Los migrantes privilegiados pueden mejorar la infraestructura y los servicios públicos, pero también pueden contribuir a la gentrificación con proyectos de lujo, precios de alquiler más altos y culturas y tejidos sociales cambiantes. Esto puede mermar el bienestar de los residentes y la economía local. Por ende, los migrantes exitosos deben tener en cuenta los intereses de los residentes existentes para evitar una contribución negativa.
La cita del día
A despecho de la complicada argumentación de nuestra robot y la difícil resolución de la ironía de un migrante gentrificador, me voy por esta declaración de amor a lo urbano y a lo público, especie de salida elegante por la vía de lo ambiguo.
Es la ciudad querida, mezcla de conocimiento cotidiano y de sorpresa inesperada, de seguridades y de incertidumbres, de soledades y de encuentros, de libertades probables y de rupturas posibles, de privacidad y de inmersión en la acción colectiva. Es la búsqueda o la reinvención del erotismo de la ciudad, lugar de transparencia y sentido, pero también de misterio y transgresión.
Jordi Borja. La ciudad conquistada.